DECÍA Tino Tovar este mismo Carnaval haber aprendido que "el que no llora no es hombre", al contrario de lo que relata el refranero popular. El domingo, un joven de casi dos metros de altura lo confirmaba sobre el césped de Carranza. Los hombres lloran. Kiko Casilla defendiendo como buenamente podía la portería cadista, pasó una de las peores tardes que seguro haya pasado hasta ahora. La afición, injustamente, empezó a tratarlo como si de pronto se hubiera convertido en el portero rival, el que no defendía nuestros intereses. 'Cabrón' con todas la letras, así llamaron a aquel que nos brindó un ascenso en Irún cuando sacaba de puerta, la nuestra. Y no sólo una vez.

Sinceramente, el domingo sentí vergüenza en Fondo Sur. Desde mi humilde posición de mera aficionada puedo llegar a compartir una pitada a mitad de un partido crucial en el que el Submarino se halla a la deriva. Quizás eso despertó a los jugadores. Aunque lo dudo, perdimos diez minutos en los que no sabían donde meterse. Pero mas allá de eso, nunca llegaré a comprender los insultos con ensañamiento.

¿Acaso en el tercer gol pudo hacer algo el portero amarillo? Se vio vendido por completo por el error en marcaje de Cristian. Nada importaba. Ante el Albacete, todo enfado valía. Cualquier desahogo estaba justificado. Gran parte de los cadistas se escudan en ese miedo a que la historia se repita y volvamos al pozo para llevar el a veces entendible pesimismo al extremo más exagerado e intolerable.

Kiko Casilla lloró con la remontada. Supongo que de rabia, de impotencia, de vergüenza...también de alegría. Y no sólo eso, fue más que nunca un HOMBRE. Por llorar, defender estoicamente la meta local y porque además, pidió perdón a la grada concluido el choque. Todo un ejemplo de humildad que debería poner la cara colorada a muchos de los que descargaron su ira. La afición no pide disculpas, pero debería.