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la tribuna

Eduardo Osborne Bores

El gigante se tambalea

LO cantan la encuestas publicadas, sin excepción; lo cuentan sin cesar en las múltiples tertulias políticas que llenan las noches de radio y televisión; lo escriben a diario periodistas y analistas políticos en medios contrarios y hasta afines; lo comenta la gente corriente en sus conversaciones privadas en las barras de los bares; se palpa, en definitiva, el derrumbe del poder socialista andaluz hegemónico durante treinta años, se tambalea ese gigante político y administrativo que creíamos indestructible.

¿Qué ha pasado para que en tan poco tiempo se haya pasado de una mayoría absoluta parlamentaria a esta situación de caída libre? ¿Cuáles son las razones que pueden llevar a la oposición a quien era no hace nada el principal granero de votos de los socialistas españoles? La respuesta a estas preguntas tienen varias direcciones pero, en mi opinión, todas convergen en una sola: el alejamiento progresivo del PSOE de sus potenciales votantes, y su incapacidad para revertir con hechos la situación de crisis económica que padecemos, particularmente severa en Andalucía, donde ya no bastan los discursos retóricos de otros tiempos.

Sostengo que la hegemonía política y social del Partido Socialista en nuestra región tiene un componente fundamentalmente estructural, en un fenómeno repetido en las comunidades más atrasadas. Andalucía, en este tiempo, ha tenido un crecimiento indudable que ha afectado al bienestar de sus ciudadanos en aspectos tan importantes tales como el acceso a la vivienda, la educación, las infraestructuras o el ocio.

El andaluz medio de hoy goza de unas condiciones de vida mejores que la que tenían sus padres, en una sociedad, la andaluza, marcada históricamente por el subdesarrollo y la desigualdad. Este aumento de la calidad de vida, en paralelo al desarrollo de la democracia y la consolidación del estado de las autonomías, es imputado como mérito al partido en el poder, tanto más en zonas deprimidas y tradicionalmente olvidadas. Precisamente por eso los socialistas tienen sus principales bastiones electorales en las zonas rurales del interior, mientras que los conservadores hace tiempo que se imponen en las zonas costeras y núcleos grandes de población, con excepciones.

A partir de este componente estructural, el poder socialista controlado desde la Presidencia de la Junta ha ido tejiendo una vasta red clientelar que, apoyada en la deriva centrífuga de nuestro sistema territorial, lo controla prácticamente todo. Un modelo paternalista sustentado por el poder financiero a través de las cajas de ahorros y la propaganda partidista a través de Canal Sur, capaz de contentar vía concertación a sindicatos y empresarios, y que ni siquiera necesita de liderazgos brillantes y carismáticos, lejos ya los tiempos de políticos de peso como Escuredo o Borbolla.

Pero todo principio tiene un final. Ha pasado el tiempo, los andaluces en general son más exigentes que antes y no tienen los prejuicios del pasado, el Partido Popular de Javier Arenas es un partido interclasista que gobierna en no pocos territorios, y sobre todo la enorme crisis económica desatada, son condicionantes que varían del escenario dominado por los socialistas andaluces en estos años de plácida gobernanza, donde se movían como pez en el agua.

Poco o poco ha ido cundiendo en la población la imagen del PSOE como una suerte de club privado para algunos privilegiados que tienen acceso a cargos y a prebendas sin más méritos que el de la propia pertenencia. Asistimos a un verdadero derrumbe no sólo político (que pudiera ser hasta lógico después de tantos años de desgaste el en poder), sino lo que es más grave, ético y hasta estético. Episodios como el de la confrontación abierta con los funcionarios de carrera, los casos de corrupción institucionalizada a cuenta de los ERE, las divisiones internas o el revolcón judicial sufrido a cuenta de las competencias sobre las aguas del Guadalquivir son ejemplos que dibujan la imagen de un partido sobrado de soberbia y arbitrariedad.

En este escenario, lo malo para el PSOE andaluz no son las perspectivas electorales negativas, que al fin al cabo ocurren en política cada cierto tiempo, y pueden ser superadas con el tiempo. Lo peor es que esos ciudadanos defraudados que siempre le prestaron su apoyo, muchos de ellos víctimas del paro y la crisis, abandonen definitivamente para siempre, como ha ocurrido en otros territorios, el barco y hasta la bandera. Y cuando esto ocurra ya sólo quedarán los restos del naufragio.

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