La cruzada del implacable concejal de Urbanismo, Martín Vila, contra los pisos turísticos tiene más sentido en Cádiz que en ninguna otra parte. En muchas poblaciones los centros históricos tienen que reinventarse para que la gente no huya a los barrios residenciales dejándolos abandonados. Los apartamentos turísticos podrían ser incluso parte de su solución. En la capital en cambio es justo al revés: la demanda en el centro es más fuerte que la oferta. Pero si Vila pretende facilitar el acceso en el centro a una vivienda digna, tendría que ser más ambicioso y percibir el tiempo que se aproxima. No puede limitarse a llorar por falta de apoyos, ni anteponer su dogmatismo a la realidad, si quiere dejar a su paso algo más que un triste recuerdo. Si tanto le preocupa que el centro pierda su identidad, podría promover con la Junta viviendas sociales allá donde los inversores sólo ven pisos turísticos. Claro que negociar finca por finca es más complicado que marear la perdiz mezclando los conceptos, como si se quisiera acabar con todo a la vez.

Un apartamento turístico no tiene nada que ver con una vivienda con fines turísticos (VFT) y mucho menos con un hotel. Lo primero es un negocio hotelero más, que suele ocupar fincas residenciales en las que al Ayuntamiento no se le ocurre nada que hacer, salvo frenar las nuevas inversiones. A Vila da la sensación de que la sola presencia de un promotor le provoca un sudor frío. Las VFT, en cambio, suelen ser la segunda residencia de cualquier particular, que se alquila a un turista. Aunque en este caso los ayuntamientos tienen poco margen, sí se puede ejercer más control, como propone el PSOE, para que de entrada dejen de ser una fuente más de la economía sumergida.

Mención aparte merece la titánica batalla de Vila contra los hoteles. De locos. Estos no sólo crean empleo y riqueza, sino que atraen a turistas con poderío. Pues bien, no cuaja ni un solo proyecto. El del estadio, nadie lo compra. El de Puerto América, ahí sigue; el de Barceló, durmiendo el sueño de los justos. Y cuando a un inversor se le ocurre pensar en Columela, se le mira con recelo. Al gran Vila le parece que estamos en el mejor momento para dejar de conceder licencias hoteleras en zonas residenciales, aunque muchos edificios parezcan la boca de un boxeador. Si aspira a asustar a los inversores, no tendría de qué preocuparse: ya da incluso miedo. El gobierno gaditano está a punto de conseguir que nadie con capacidad inversora se acuerde de Cádiz, pese a estar de moda. Es extraordinario. Vila no es como la mayoría de delegados del ramo, que se ponen nerviosos cuando un promotor pide cita. Su talante directamente los espanta. Como inspirado por una pena antigua y venenosa, es incapaz de sonreír al inversor. Eso sí, como le dijo el jornalero al capataz, cuando intentó comprarle el voto para el cacique de turno por dos duros y aquel se los tiró a la cara, Cádiz pronto podrá anunciarse en los carteles: "En mi hambre mando yo". El problema es que el gobierno, además de llenar su nevera, también manda en el hambre de los profesionales del turismo que aún no saben de qué se pretende que vivan en adelante.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios