LA semana que hoy finaliza nos deja una imagen largamente esperada por la mayoría de los ciudadanos españoles: la de la unidad entre los principales partidos frente al desafío secesionista catalán. La foto del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con el secretario general del PSOE y líder de la oposición, Pedro Sánchez, es muy importante, pero más lo es la decisión de dejar el tema catalán fuera de una campaña electoral que se prevé larga y dura. Si es cierto que, según las encuestas, los ciudadanos perciben a los políticos como uno de los principales problemas de España, esta vez podemos decir que tanto Rajoy como Sánchez han estado a la altura de las circunstancias.

A este espíritu de consenso y unidad se ha sumado también Albert Rivera, líder de Ciudadanos, la segunda fuerza más votada en las pasadas elecciones autonómicas catalanas y que se ha ganado a pulso su fama como el político que más desacomplejadamente ha plantado cara a un nacionalismo que durante demasiado tiempo ha campado a sus anchas sin que nadie le pusiese coto. Como era de esperar, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, ha preferido desmarcarse del acuerdo y seguir con su política de ambigüedad ante el problema catalán, temeroso de perder votos antisistema si ofrece una imagen de colaboración con los partidos sistémicos. Su postura, cuya legitimidad nadie pone en duda, estaba ya dentro del guión. La próxima semana visitarán la Moncloa IU Y UPyD, y se cerrará una ronda con la que Rajoy, después de su inexplicable inacción en este asunto, ha sabido agarrar firme el timón. La imagen de unidad de los partidos que apuestan por la unidad coincide, además, con las primeras grietas en los apoyos políticos, empresariales y mediáticos a Artur Mas, un presidente en funciones cuyo futuro parece cada vez más negro. Después de una fuerte tempestad, parece que al fin soplan vientos a favor de la cordura política y la legalidad. Y todo cuando, por fin, se ha logrado la unidad.