Aquí una urbe que presume de ser trimilenaria. Una ciudad a la que por lo general se le va la fuerza por la boca, y no sólo cantando, que se muestra orgullosa de su historia: de sus orígenes fenicios, de su esplendoroso pasado romano, de su huella musulmana, de servir de puerto base para algún viaje de Colón, de la brillantez comercial y arquitectónica ganada a pulso en el siglo XVIII, su particular siglo de oro, y de la puerta grande por la que entró en la historia del constitucionalismo español alumbrando las primeras libertades frente a la oscuridad absolutista y resistiendo el asedio gabacho. Una ciudad que trata de mantener su orgullo, incluso reconociendo que sus etapas de decadencia le han hecho mucho daño, pero que necesita que los poderes públicos apuesten de una ver por todas por esa historia para que el gaditano, parafraseando la hermosa canción de Cecilia, pueda decir de verdad que es feliz con su patrimonio.

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