Tinta china

La felicidad de don Juan Antonio

SAMARANCH, el gran muñidor de ese coloso de oro que hoy son los Juegos, tuvo mucho que ver en la designación de la urbe china. Fue su última rúbrica. Y de momento, nada de cuentos chinos: esta edición va camino de ser la mejor de la historia.

En la letra pequeña parece que se ha reflejado la laboriosidad de los ciudadanos: los atletas están encantados con la Villa y con las atenciones que les procura la organización. Tan a gusto están, que se han agotado los preservativos.

Pero es en los grandes caracteres tipográficos donde Pekín pisa con todo el vigor de su millonaria población. La ceremonia de apertura se vendería ya en los kioscos de todo el mundo si alguien decidiera editarla en DVD, el pulso entre los anfitriones y Estados Unidos actúa de turbina para que el interés no decaiga, y sobre todo, dos fenómenos de los deportes con más calado olímpico han logrado gestas sin precedentes: ocho oros uno, dos récords del mundo en los 100 y los 200 metros el otro, con un despliegue atlético desconocido. El envoltorio deslumbra, pero el contenido asombra. Y don Juan Antonio, sereno y feliz.

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