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La esquina

josé / aguilar

Sin fecha de caducidad

SE rieron del ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, cuando dijo que le encantaba comerse cualquier yogur que encontrase en la nevera aunque estuviese caducado, igual que se rieron hace años cuando devoró un pepito de ternera para demostrar, en plan Fraga bañándose en Palomares, que la crisis de las vacas locas estaba superada. Ambas iniciativas consolidaron su fama de glotón. No le es ajeno el pecado de la gula.

Pero Arias Cañete iba en serio con lo de los yogures. Desde el pasado Viernes Santo -jornada de vigilia emblemática para los católicos- y dentro de la estrategia Más alimentos, menos desperdicios que persigue frenar el despilfarro de comida en España, los yogures nacionales han dejado de tener fecha de caducidad.

La verdad es que era absurdo mantener la excepción española a la normativa de la Unión Europea según la cual estos productos lácteos fermentados no caducan. Aquí caducaban a los 28 días de su elaboración. Ahora la fecha de caducidad fenecida será sustituida por una fecha de consumo preferente decretada por los productores: la fecha a partir de la cual el yogur sigue siendo seguro, pero pierde algunas propiedades organolépticas. No se asusten: las características organolépticas se refieren al color, el sabor y la textura. El color importa poco, pero muchos consumidores rehuirán un producto de sabor degradado y textura anormal. Aun así no deben preocuparse. El yogur español, incluso cruzado el umbral temporal del "consumo preferente", no será dañino para la salud.

La estrategia de Agricultura (y Alimentación y Medio Ambiente, que así se llaman los dominios de Arias Cañete) intenta detener el espectacular derroche de alimentos que se produce en nuestro país. Como los nuevos ricos de manual que seguimos siendo a pesar de la crisis, España es el sexto Estado de la UE en despilfarro: siete millones y medio de toneladas de productos alimenticios se tiran a la basura cada año. Alemania es el más derrochón, pero allí son viejos ricos.

El fin de la caducidad de los yogures, aparte de su racionalidad económica y cierto aliento de austeridad y compasión genérica de los hambrientos, tendrá dos efectos colaterales: eliminará debates interminables en todas las casas sobre qué hacer con las tarrinas pasadas de fecha y perjudicará a miles de marginados que cada noche rebuscan en los contenedores algo que llevarse al estómago vacío.

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