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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

El exotismo de Aznar

Todo el mundo tiene derecho a ser lo que quiera, incluso estúpido, pero no conviene abusar de ciertos derechos cuando se vive ante la opinión pública. De confirmarse lo que se dice que José María Aznar ha declarado a la edición española de Vanity Fair, el ex presidente mejora otras provocaciones anteriores, que son las que le mantienen vivo en los medios. La afirmación sobre Barak Obama, elegido por su pueblo presidente de Estados Unidos, es extemporánea e inoportuna. Considerar que la victoria de Obama es "un exotismo histórico" -por ser negro, cabe suponer- sobrepasa la propia lógica de la conjura de necios que alumbró George W. Bush, calificado ya como el peor mandatario en la historia de Estados Unidos.

La referencia a quien encarna la más alta magistratura de la nación americana es, cuando menos, tan grave que el jaleado gesto de Rodríguez Zapatero ante la bandera de Estados Unidos en un desfile militar. Las críticas que Aznar y su entorno vertieron sobre el entonces líder de la oposición son ahora trasladables al ex presidente popular. Aznar se adorna de bravatas extrañas a la cultura democrática y, por ello, exóticas, que son equiparables, en otro orden de ideas, a las de Hugo Chávez. Sus recursos dialécticos suelen provocar confusión e incertidumbre.

Aznar repite que dejó España en el mejor momento económico de su historia. Un logro que hubiese sido extraordinario si sus hazañas bélicas, experimentadas en el laboratorio de Perejil, hubieran dado el prometido fruto de la rapiña iraquí... Aquel petróleo barato que sólo ahora, cuando la economía de la mentira ha estallado, se ha conseguido. Las lecturas que Aznar hace de la crisis mundial o del cambio climático también son exóticas. Parece que la crisis la ha provocado Barak Obama, para el que Aznar vaticina ya el "desastre económico". Tanta arrogancia resulta irritante en alguien que aún no ha pedido perdón a su pueblo por hablar de armas de destrucción masiva en Iraq, allí donde se inició un desastre que el mismo Bush ha reconocido; o por someterlo a la contumaz negación de la autoría del 11-M, incluso después de la sentencia de los tribunales; o por castigarlo con la tortura de la crispación…

Aznar puede decir lo que quiera, pero no debiera subestimar a la opinión pública hasta extremos de producir asombro a muchos de los que fueron sus votantes. Entendería así la razón de las espaldas vueltas en las filas que capitaneó y que no puede aplicarse a sí mismo, y aplicar a Bush -al ex presidente le gusta ese imposible paralelismo-, la frase que nos recuerda de Churchill: "Los grandes pueblos son siempre desagradecidos". ¿Por qué no se referirá a la sabiduría de los pueblos, a la que tanto apeló el político británico?

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