ESPAÑA no encontró su estilo hasta que halló a Xavi Hernández. Era el relojero de una de las maquinarias más perfectas que se ha visto en el fútbol mundial, el FC Barcelona de Guardiola, y, por ende, también de La Roja. Pero, como nada es eterno, igual que España encontró a Xavi por pura serendipia, ahora se da de bruces con la realidad, esa que dice que, por más que nos empeñemos, esos encontronazos con el destino no ocurren todos los días. Desde que Xavi Hernández dijo basta, España no ha sido España. Cayó con estrépito en Brasil y no ha vuelto a enamorar. Un fogonazo por aquí, un estertor postrero, pero poco más. Ni siquiera Iniesta, uno de los discípulos aventajados del maestro Xavi, puede hacerlo olvidar. En la final de la Eurocopa de 2012 le dieron el MVP al manchego, aunque, para mí, el hombre del partido fue Xavi. Cuando él jugaba, casi toreando de salón, la selección echaba humo. Por eso hizo campeón a Luis Aragonés y a Del Bosque, el que tanto lo echa de menos. Porque sin Xavi nada hubiera ocurrido, ni las copas, ni el gol de Iniesta, nada. Sí, lo demás acompañó, pero el amo de las llaves del juego español era Xavi.

Dicho todo esto, la jubilación de un futbolista irrepetible no debe ser excusa para renunciar a un ideal futbolístico, con lo que nos ha costado encontrarlo. Está claro que utilizando la fuerza bruta jamás hemos ganado nada, lo conseguimos desde el toque, desde la posesión y la seguridad defensiva. Ese es el camino, y puede que no sea tan hermoso, pero no hay otro, porque si regresamos a la época de los Clementes, de los Miera, de los Camacho, España no volverá a ser grande. Hay futbolistas de mucho talento. Quizá Thiago herede la clarividencia de Xavi cuando se repose, porque el catalán también fue futbolista de explosión tardía, pero hay que tener claro que España no puede renunciar a su estilo sólo porque se han dado mal dos campeonatos.