La tribuna

víctor J. Vázquez

De esteladas y patriotas

LA bandera estelada fue confeccionada en los casales catalanes de una República Cubana recién independizada de España, donde permaneció una significativa comunidad de catalanes de origen. Se sabe que ya en 1902 la tradicional señera lucía con una estrella de cinco picos sobre un triángulo azul situado en su margen izquierdo en el histórico centro catalanista de Santiago de Cuba y también en los casales nacionalistas catalanes de Camagüey y Guantánamo. La inspiración remota de esta enseña es clara, y no es otra que la del segundo Congreso Continental de Philadelphia, donde con la inclusión de trece estrellas blancas sobre un fondo azul, en el margen superior izquierdo de la antigua bandera de la Compañía Británica de las Islas orientales, se quiso rendir tributo y simbolizar la independencia adquirida por las antiguas trece colonias que ahora integraban la Unión. No cabe duda, por lo tanto, de que la estelada es un símbolo que desde su origen es netamente representativo de los anhelos del independentismo catalán, y como tal, fue asumido como propio, ya en Cataluña, por el partido fundado por Fracesc Macià: Estat Català.

A nadie debe extrañarle, en este sentido, que el repunte del independentismo en Cataluña experimentado en los últimos años, haya traído consigo una normalización del uso de esta bandera en el espacio público en detrimento de la que es oficial en esa comunidad según su propio estatuto, que es la tradicional señera; convertida hoy para muchos soberanistas e independentistas en un emblema superado, ya que, además de representar al pueblo y a la nación catalana, esta bandera simboliza también, en gran medida, la integración constitucional de Cataluña dentro en España. Por este último motivo, tampoco nadie puede sorprenderse de que la exhibición de esteladas, y, sobre todo, que el nacionalismo catalán, casi en su integridad, haya abrazado hoy este símbolo en detrimento de la señera, pueda producir hoy un cierto desgarro emocional, no sólo en aquellos catalanes que se quieren sentir integrados en su comunidad a través de un símbolo que no excluya la identidad española, sino también en el resto de ciudadanos de España que no pueden dejar de ver en Cataluña una realidad entrañable y hermana, a la que quieren permanecer unidos.

En cualquier caso, lo que parece que no entendió la Delegación del Gobierno en Madrid, cuando decidió prohibir la entrada a la próxima final de copa en el Vicente Calderón, entre el F.C Barcelona y el Sevilla F.C, es la diferencia básica que existe entre aquellos símbolos que expresen ideas que puedan molestar o resultar molestas para alguien y aquellos otros que "inciten a la violencia o al terrorismo, amenacen o que incluyan mensajes de carácter racista, xenófobo o intolerante", que es a los que hacen alusión los artículos 6 y 7 de la Ley 19/2007 que sirvieron de base normativa para una prohibición que afortunadamente ha sido levantada de forma cautelar por la jurisdicción contencioso administrativa. Que la estelada no es un símbolo violento o amenazante es algo que pone de manifiesto la normalidad con la que hoy este símbolo se exhibe en Cataluña y, más concreto, el propio hecho de que tras las multitudinarias Diadas de los últimos años, donde la presencia de este símbolo era hegemónica, e incluso, tras eventos deportivos similares al que se celebra el sábado, donde fue masivamente exhibido, nunca se haya registrado alteración alguna del orden público. Pero el problema de la decisión de la Delegación del Gobierno no es un sólo un problema de legalidad, sino que tiene una inequívoca dimensión constitucional. La estelada es un símbolo que transmite una ideología cuya expresión no puede ser censurada previamente en un espacio público sin con ello vaciar de contenido los derechos a la libertad ideológica y a la libertad de expresión que consagra nuestra Constitución. Confundir, como se ha intentado hacer, el concepto de símbolos oficiales con el de símbolos constitucionales es algo que no permite la propia idea de pluralismo político que está en nuestra Norma Fundamental. La estelada no es un símbolo oficial, pero en tanto portador de una ideología está amparado por una Constitución que no excluye la expresión de ningún tipo de idea ni su plena participación en el proceso político.

Un prudente politólogo catalán, bisnieto precisamente de aquel Maciá que adoptó la estelada como símbolo de su partido, me comentaba ayer que de consumarse la prohibición es probable que se consolidara también una perseguida resignificación de este símbolo que podría permitir lo que hasta hoy el independentismo no ha conseguido: que el mismo se convierta en el elemento de identidad hegemónico de la ciudadanía catalana. En unos días en los que hemos visto cómo se apelaba a las sanciones de la UEFA como si fueran precedentes del Tribunal de Estrasburgo, es probable que el respeto al derecho y el conocimiento de la Constitución de un juez de lo contencioso nos haya evitado no sólo el sonrojo, sino también el tener que enfrentarnos a las nefastas consecuencias de un desvarío gubernamental. Creo que el patriotismo consiste en algo parecido a lo que ha hecho este juez.

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