Sonar a lo plúmbeo, como sonaba el discurso de los padres, de lo jerárquico, sonar a eco en una oficina de archivadores grises. Durante treinta segundos, me encantaría no encarnar el sopor de homilía para cualquier chaval que, por recomendación ajena, lea hastiado esta columna. Porque me gustaría que desaprendiera algo muy importante, algo que le han estado repitiendo toda la vida para reforzar la autoestima, y que no es cierto. No somos especiales, ninguno de nosotros. Podemos tener características increíbles: ojos de distinto color, un oído absoluto. Qué suerte. No importa: no eres especial. No mereces un derecho mayor que cualquier otro por: haber nacido aquí, así, en este momento. Tampoco, desde luego, mereces menos: abre bien los ojos, porque aquí también hay doctrina, más peligrosa, más subrepticia. No eres más, no eres menos. Único, pero tan especial como cualquiera.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios