Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Las envidiables banderas

La propaganda, desde Franco al cosmos pujoliano, puede violentar el corazón de la gente desde la niñez

Es frecuente oír que las banderas "son un trapo". Se llega a dar el ikeriano misterio de que son los mismos que dicen que es sagrada la de su Atlético de Villatórtola de su alma o aquellos que ondean la suya con el frenesí con que pisotearían la de su adversario (ése que da tanto sentido a su vida). Las banderas, como muchos otros artefactos humanos, son un símbolo, un objeto que representa algo: una idea, una cierta condición, una causa común, un territorio. La pasada semana he envidiado el trato que se da a las banderas en la formidable localidad francesa y bretona de Saint-Malo, que traigo a colación para compararlo con el trato que aquí damos, tantas veces, a estos símbolos que ondean por todos los rincones de la tierra por causas culturales, patrióticas, militares, deportivas, homosexuales, náuticas y hasta piratas.

Saint-Malo es una pequeña, próspera y elegante ciudad de Bretaña, una región cuyos habitantes tienen un fuerte sentido de identidad propia, con sólidos motivos históricos, fronterizos, religiosos y económicos que lo avalan, con un idioma propio y una reclamación de minoría dentro de Francia que los hace identificarse con otras dentro del Estado galo: corsos, flamencos, alsacianos y catalanes del Rosellón o la Cerdaña. Aun así, dicen que los malouins se sienten primero de su 'comuna', y ya luego bretones y franceses: es un secreto a voces que el poblado de Astérix está inspirado en el Saint-Malo del siglo I antes de Cristo. En su señero castillo ondean las banderas de Saint-Malo, Bretaña, Francia y Europa, sin problema alguno y todas al mismo nivel. ¿Todas? ¡No! Tres metros arriba en otro mástil vuelve a flamear la bandera local. Todo un símbolo entre símbolos: la identidad dentro de lo común. Lo cual, siendo una localidad y región más rica, es rara avis si lo comparamos con el nacionalismo vasco, padano o catalán de hoy.

Recuerdo a unos viejos profesores ingleses -pérfidos y geniales-que nos preguntaban hace años en Brno, Chequia, por qué los catalanes y los vascos españoles eran separatistas y hasta violentos- y sus paisanos franceses, no. Pollos docentes universitarios que éramos nosotros, les respondimos -creo que atinando- que por tres motivos: por aquello de "cabeza de ratón (español) y cola de león (francés)", o sea, por economía; por reacción a la Dictadura… y porque la República Francesa nunca admitiría ni admitirá la voladura del Estado, ni ha sufrido la perversión de la descentralización en forma de propaganda antiespañola destinada a embriones de una generación, hoy adulta.

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