BILL Clinton ganó sus primeras elecciones presidenciales en Estados Unidos porque logró que la economía fuera el asunto principal de la agenda política. "Es la economía, estúpidos" ha pasado a la historia como aquel llamamiento para subrayar que lo que, realmente, importaba al pueblo norteamericano en aquellos momentos era la recuperación económica del país. El pasado jueves, el ex presidente Clinton pronunció una conferencia en Sevilla, en la sede de la Confederación de Empresarios, que bien pudiera resumirse como "es la energía, estúpidos", término en cualquier caso empleado para aquéllos que aún no han comprendido que el reto más grave del siglo XXI es el desarrollo de nuevas fuentes energéticas. Desde la Revolución Industrial, la Humanidad ha podido desarrollarse gracias al uso de combustibles de origen fósil: el carbón, el gas y los derivados del crudo. Pero eso comienza a acabarse por dos motivos: el primero, porque los recursos comenzarán a escasear, subirán sus precios y los inutilizarán; el segundo, más grave y urgente, es que la emisión de dióxido de carbono (producto de la combustión de esos materiales fósiles) está ya alterando el clima. Pero lo que mantienen tanto Clinton como los defensores de la llamada economía sostenible es que la implantación de las energías renovables no sólo es necesaria para el medio ambiente, sino también una oportunidad económica para estos tiempos de crisis. Y, además, duradera. Ciertamente, así puede ser. Una empresa andaluza como Abengoa está sabiendo aprovechar el interés de muchos gobiernos por el desarrollo de estos modelos energéticos. Las inversiones en investigación e innovación de esta compañía le han procurado una presencia internacional destacada en ese campo. Quizás éste sea el modelo: no sólo se trata de avanzar en la producción de energía de fuentes renovables, sino de abrirse paso en el sector industrial que fabrica los rotores y palas de los aerogeneradores, que investiga y desarrolla nuevos modelos termosolares o que son pioneros en la eficiencia energética de la construcción de edificios. Pero hay que subrayar que un tipo de energía no anula a otro; también la nuclear cabe y es necesaria en esa nueva tarta de producción del siglo XXI por su eficiencia económica y porque no produce gases de efecto invernadero. Pero en este campo, el Gobierno español ha preferido anclarse en los discursos caducos de mediados del siglo XX.

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