Los dirigentes se comportan como si nos enfrentáramos a una crisis de chichinabo. Sin afán de superación, muchos siguen en su mundo, mientras el empleo y la economía se desploman. Hoy, su mayor problema parece ser que los hoteleros quieren reservar un lugar en la playa a los turistas. Esto es suficiente para sacar a pasear su griterío partidista antes que atajar la cuestión. Tanta palabrería hueca sólo es proporcional a la distancia que hay entre la labor real que realizan y la imagen que proyectan, lo cual es digno de admirar. Y los más cobistas no se conforman con trasladarnos que sus líderes son superiores al resto, sino que hasta la aptitud más común entre los mortales, tales como la humildad, sencillez, la honestidad y la autenticidad, las depositan sobre ellos poderosamente.

La táctica de sus aduladores tiene doble mérito. Como no pueden subrayar su falta de talla, y tampoco hay mucho que decir sobre cómo piensan sacarnos de ésta, para destacar su figura nos recalcan todo lo que no les gusta y por lo que estarían dispuestos incluso a morir. Ya saben: los políticos no quieren que nadie se quede atrás, ni que se cuestione la justicia social o el mismísimo cambio climático. Nos bombardean con sus proclamas sobre los problemas del mundo con un fulgor especial, pero luego se pierden en lo elemental. Hasta el pueblo más humilde ha encontrado la fórmula para garantizar la mejor experiencia para sus turistas. Es más, en las mismas playas de Cádiz ya existen establecimientos con espacio acotado para el cliente, previo pago de una cantidad, en el lugar apropiado. Pero en vez de analizar variable, aquí prima el enfrentamiento ideológico. No hay día sin que nuestros dirigentes discutan por tonterías fuera de su órbita antes que diseñar, por ir a lo concreto, un plan para controlar el aforo de las playas de la forma menos invasiva, con criterios unificados, que impidan los agravios comparativos y que eviten que cada ayuntamiento haga la guerra por su cuenta, a ver quién es capaz de atraer a más turistas. Conste que sólo tuvieron cien días para pensar. Pero les pone tanto tensionar el ambiente, que se olvidan de planificar estrategias para, por citar otra cuestión sangrante, garantizar los derechos de los mayores en sus residencias.

Si los políticos piensan que nuestro problema es pegarnos un chapuzón o tomarnos unas cañas con dos metros de por medio con la mesa más cercana, entonces flotan. Y ojo porque lo peor es dejarse convencer. Las playas sólo plantearán un conflicto si nos olvidamos del sentido común, sobre todo, en las urbanas, donde la pleamar limita tanto el aforo. Pero si los ciudadanos hacen caso a las recomendaciones, poco hay que temer. Eso sí, gasten cuidado porque la posibilidad de practicar deporte en la primera fase ya demostró lo cuentistas que somos. El primer día salió a correr hasta el que jamás pegó una carrera. Y salvo milagro, el primer fin de semana con calor, el personal acudirá en masa a pegarse un baño por más que muchos no pisen la arena mojada desde que se murió Chanquete. Las primeras sanciones cursadas por menosprecio al personal de Protección Civil sólo dan una idea de la que se avecina, porque a la gente le ha dado hasta por practicar rugby en la arena, cuando no se puede ni jugar al fútbol. ¿No queríamos recuperar nuestras vidas? Pues más nos vale poner los pies en el suelo, y dejar que sean sólo nuestros dirigentes los que se eleven por encima del bien y del mal.

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