Crónicas del retornado

Guillermo / Alonso / Del Real

El encanto de la conspiración

P articipar en una conspiración es un placer al alcance de casi todo el mundo. Quien no lo ha disfrutado no sabe lo que se pierde. Claro que no todos los conspiradores han disfrutado de ganar su conspiración; otros la han ganado temporalmente y al final les ha salido el tiro por la culata. Es igual: lo importante es haber participado, ya que no siempre se puede ganar.

El retornado ha intervenido en alguna que otra y regularmente ha salido escaldado, vamos, con la cabeza caliente y los pies fríos, como se suele decir. Pero ya digo que siempre se lo pasa uno bien en esta especie de actividad tan gratificante.

En la mayor parte de las conspiraciones el objetivo es cargarse a alguien, sea cruenta o incruentamente. No siempre es con efecto de muerte física, porque también puede ser una liquidación política, empresarial o meramente doméstica del individuo a eliminar. No pienso dejar a los romanos, como hizo Jorge Manrique, porque este prestigioso pueblo es auténticamente virtuoso en la materia hasta los tiempos más recientes; porque, si no, a ver si hay o no mafia, particularmente en el sur. Que le pregunten al gran Camilleri.

Pero hay que remontarse a la Roma clásica para encontrar ejemplos altamente ilustrativos. Bruto, Casio, Casca y unos compinches conspiraron para asesinar a Julio César, y el caso es que lo consiguieron. Lo malo vino después, cuando llegó el tío Paco con la rebaja, que no se llamaba Paco, sino Marco Antonio, con ayuda de Octavio. El discurso atribuido a Antonio por el ingenioso don Guillermo Shakespeare funcionó, porque en aquellos tiempos los discursos servían incluso para convencer a alguien. Los conspiradores tuvieron que salir por patas y acabaron de muy mala manera en la Batalla de Filipos. Parece que estos pobres sujetos habían actuado (según ellos) porque querían salvar a Roma. Eso es muy frecuente, salvar a la patria es una coartada fenomenal.

Aquel lamentable sujeto llamado Francisco Franco conspiró con otros espadones y con los mercachifles de alto nivel para "salvar a España", con el resultado de un millón de muertos, cuarenta años de dictadura y otras maravillas. Sobre este caso no tengo ganas de bromear, así que mejor será que retorne a tiempos remotos.

Una conspiración muy interesante fue la de Catilina. Lo mejor de ella fue el excelente discurso de Marco Tulio Cicerón, porque la conspiración no funcionó, pero Cicerón pegó el gran pelotazo como orador.

La retórica y las conspiraciones suelen ir de la mano. Catilina, por aclarar algo era un "populista" (eso es malo, muy malo), pero sus detractores utilizaron la calumnia contra él para quitárselo de encima. Una conspiración sin calumnia no vale un pimiento. Lucius Sergius Catilina se cayó con todo el equipo.

Me gusta en especial la llamada Conspiración de la Pólvora, porque demuestra la fina ironía de los ingleses. Guy Fawkes y sus colegas quería volar la Cámara de los Lores y, ya puestos, cargarse al rey Jacobo y a toda su familia. Una auténtica barbaridad, desde mi punto de vista. La motivación era religiosa, dicen, que el asunto de la religión también da mucho de sí en materia de conjuras. Total, que alguien dio el chivatazo, trincaron a los sediciosos y los mataron por el bonito procedimiento "hanged, drawn and quartered", es decir, cortarles los testículos, abrirles sus vientres y sacarles sus tripas, aún con vida, para después ser descuartizados. Creo que ahí se pasaron mucho, qué horror. Pues, como decía, el humor británico ha creado "la noche de la pólvora", en la que se quema cantidad de pólvora, que era lo que había pretendido el desdichado Fawkes. Paradoja.

El citado Cicerón dijo aquello de que la historia es maestra de la vida, pero se ve que no aprendemos y seguimos erre que erre. También añadió que "el tiempo es testigo", una buena predicción. Claro que no era un filósofo, sino un orador y ensayista, como los tertulianos televisivos, aunque algo más culto y menos chapucero, desde luego.

Pues, para que no se diga, aquí mismo, en Andalucía y a dos pasos de Chiclana, tuvimos conspiración propia: la del Duque de Medina Sidonia, don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán y Sandoval, quien en 1614 se planteó independizar Andalucía del Reino de España, para que luego nos escandalicemos de los catalanes. A Blas Infante no se le hubiera ocurrido semejante locura. Pero es que don Gaspar andaba de deudas hasta la corona ducal, y no se le ocurrió mejor procedimiento para librarse de sus hipotecas. De propina, pensaba coronarse rey (Era un hombre modesto). Tampoco le salió la jugada y, como buen conspirador, le cargó el muerto al Marqués de Ayamonte. Es un truco bastante conocido.

Moraleja: conspira bien, pero procura calcular con quién.

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