ESPEREMOS no vivir lo suficiente para ver que las jornadas laborales aumentan hasta las 60 o 65 horas semanales. O si no, confiemos en que la gente normal pierda los estribos en cuanto algún gobierno pretenda implantar esta norma absurda, abusiva y retrógrada. No hace tanto, cien años escasos, una lucha que costó sangre y represión logró sacar a los obreros del pozo del trabajo sin fin, y les dio rango oficial de personas que podrían disponer de tiempo libre para su vida personal y familiar. Estábamos convencidos de que eso era un avance. Millones de personas un poco más felices estaban convencidas. Pero echémonos a temblar con las decisiones de esos burócratas y políticos europeos estupendamente pagados, insensibles, que serían capaces de eliminar de un plumazo las vacaciones retribuidas y hasta el límite de la edad laboral, si se les permite. No se lo vamos a permitir. Ahí nos vemos.
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