La esquina

José Aguilar

Mas empieza bien

NO me duelen prendas en reconocer que los dos primeros meses de gobierno de Artur Mas al frente de la Generalitat están siendo positivos, pragmáticos y alejados de la pulsión identitaria que se temía.

Habrá ocasión de referirse en detalle a la reconversión que ha impulsado de las "embajadas" de Carod-Rovira en el extranjero, hasta transformarlas en gestoras de los intereses económicos de Cataluña o a los recortes que ha impuesto, huyendo de la demagogia victimista, en materias tan socialmente sensibles como la educación o la salud.

Ahora quiero referirme a su política de personal de dirección de la Generalitat. Conociendo la trayectoria de Convergencia i Uniò, lo que todo el mundo esperaba, o temía, era una barrida a fondo de los cargos públicos que habían sido designados por los dos gobiernos tripartitos que le precedieron, los de Maragall y Montilla. Habría sido normal, incluso, que los nacionalistas buscaran hacerse con el control de todos los resortes del poder autonómico, después de ocho años de travesía del desierto. Es la costumbre.

No se ha producido. No ha habido tierra quemada, ni tabla rasa ni venganza. El nuevo presidente ha confirmado en sus puestos a doce altos cargos del Govern Montilla, doce personas a las que competen decisiones fundamentales en finanzas, política territorial y urbanismo, comunicación y cultura. Entre ellos están el director general de Presupuestos, el director general de Política Financiera, el director general de la corporación que gestiona los medios de comunicación públicos -es militante de Esquerra Republicana-, el director general de Salud Pública y el de Urbanismo. En la Dirección General de Economía Social ha colocado a un notorio militante socialista, y a otra ex alto cargo del mismo partido, Maravillas Rojo -la secretaria general de Empleo que el ministro Corbacho utilizaba para afrontar las malas noticias del desempleo-, la ha hecho su asesora laboral.

Estos nombramientos o ratificaciones apuntan a una voluntad manifiesta de no gobernar de manera sectaria, sino todo lo contrario, de tratar de ampliar el espectro ideológico y social del catalanismo y guiarse más por la cualificación, experiencia y profesionalidad de los designados que por su estricta obediencia al partido gobernante. Ni que decir tiene, y esto es lo más meritorio, que tal política de reclutamiento ha causado sorpresa y malestar a un numeroso sector de militantes de CiU, que por tradición creían ver llegada su hora de promocionarse en la vida pública y disfrutar de la parte alícuota del poder a la que estimaban ser acreedores por lo mucho que han trabajado para conseguirlo.

Mas no ha actuado como se suele hacer en política. Tiene mérito.

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