Las dos orillas

josé Joaquín / león

Los ecos de Lampedusa

EN la catástrofe de Lampedusa nos aterrorizó el número de víctimas, pero también las circunstancias. Hay muertos cualitativos y cuantitativos. Parece que algunos valoran más tres muertos por una bomba en el maratón de Boston que 200 somalíes ahogados. A veces nos olvidamos de que todo eso (o un coche bomba de los 30 que ponen todas las semanas en Iraq) nunca debió suceder. Un solo muerto por cualquier injusticia ya está de más. Y luego tenemos las hipocresías. Incluso se olvida que disponemos de nuestra propia Lampedusa en el Estrecho de Gibraltar, en aguas andaluzas, donde también se hunden pateras.

La UE está conmocionada, según Durao Barroso. Tragedias como la de Lampedusa deberían servir para que se aborde el problema de la inmigración sin demagogias. Paras empezar, hay que diferenciar Lampedusa propiamente dicha del asunto en general. La masacre de Lampedusa es consecuencia, en parte, del pésimo funcionamiento de un país como la Italia post Berlusconi. Se hubieran ahorrado muchas muertes con unos servicios de salvamento mejor organizados y con una legislación más justa. La actual no se aprobó durante el fascismo de Mussolini, pero lo parece.

El fondo del problema está en la visión idílica y falsa de Europa que se tiene en África. Es verdad que países como España o Italia, si los comparamos con Somalia o Eritrea, son paraísos. Pero ocurre que aquí tenemos nuestros propios pobres, con una capacidad de emplear inmigrantes bastante limitada. La solución no es multiplicar los pobres en Europa, sino mejorar las condiciones de vida en los países de origen, donde suele ocurrir que hay tiranos, sátrapas y terroristas instalados que impiden cualquier atisbo de desarrollo y paz.

Potencias como EEUU, Rusia y China tienen una legislación contra la inmigración mucho más dura. Si vienen a Europa es, precisamente, por cercanía y por ser la zona con más cuele. Europa debe afrontar su parte de culpa y ayudar, pero los gobernantes de esos países impresentables tienen mucha más. La solución para los africanos será imposible hasta que se arregle África, que es un continente demasiado sui generis y bastante chocante para un mundo global que quiera ser civilizado.

Es más fácil esperar a que llegue el invierno. Con el mal tiempo, se arriesgan menos y bajarán las cifras de víctimas. Volverán al olvido hasta la siguiente tragedia. Por desgracia, esto funciona así.

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