El viento suele limpiar el aire, eso es lo que se dice, pero en este rincón andaluz el levante acostumbra a revelar además una gran verdad: que la gente ensucia su pueblo una barbaridad, como solo se puede ensuciar lo que se desprecia, lo que no se considera propio. Este viento tan nuestro revuelve los papeles, los envoltorios, todo lo liviano que la gente arroja impunemente a la vía pública, los agrupa en remolinos en rincones de ciertas plazas, los atraviesa a gran velocidad en avenidas y carreteras, los acumula en jardines y vallas metálicas. El levante saca a escena de manera escandalosa lo que muchas veces se queda en los suelos, a ras de olvido. El viento fuerte lo pone a volar ante nuestros ojos, sorteando con movimientos aéreos los parabrisas de nuestros coches. Pero a pesar de esta manifestación evidente, no servirá de mucho. Cuando este vendaval amaine, pocos habrán percibido la advertencia.

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