L A historia cuadrienal que se empezó a escribir el pasado 11 de junio en el Teatro Municipal, convertido en teatro de la política como Salón de Plenos, está a punto de rebasar los primeros 100 días de los 1.460 que suman los cuatro años que dura un mandato local. Los números 13 y 12, son de los concejales que suman gobierno y oposición y que van a estar presentes en el horizonte mental de los políticos, para que se mantenga o deshaga el equilibrio que ha llevado a la izquierda, 24 años después, a dirigir los destinos de la Ciudad, con la alcaldía en manos socialistas.

La inexperiencia de unos, la debilidad de otros, la socarronería de los mas veteranos, la habilidad de los menos y la fortaleza en la suma, unidas al ejercicio torticero de la política -que no es una ciencia exacta-- sobrevolará por los naranjos venidos a menos de la plaza de Isaac Peral, para que la gestión triunfe o fracase mediante la acción de gobierno y oposición, a veces olvidando que el triunfo o el fracaso, es de El Puerto en su conjunto. Y mientras, los ciudadanos expectantes por lo que va a pasar con el solar que ya conocieran Lucio Cornelio Balbo 'el Menor' cuando fundó el Portus Gaditanus el año 19 a.C; o Alfonso X 'el Sabio' quien en 1281 refunda la aldea mora de Alcanate como El Gran Puerto de Santa María.

No hace mucho, enfilando el fin del milenio, Hernán Díaz Cortés, el que fuera el alcalde que durante mas años ejerció como tal desde época alfonsí --casi 16 años--, le dio un impulso a El Puerto, que supuso a la par un retroceso, y que a la vez hizo que la puebla porteña hubiera experimentado la transformación mas espectacular en décadas; eran otros tiempos, otros momentos y si me apuran, otros modos incluso en democracia que hoy serían impensables. Y es que nadie puede echarse el Ayuntamiento a las espaldas si no es con el concurso de todos y eso dijeron los vecinos. Mientras no cambien la Ley Electoral, que parece a nadie conviene trocar, la legitimidad en forma de tripartito preside, a tres bandas, el gobierno municipal. La democracia, decía Churchill, es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás.