Vengo de Birmania con la perplejidad de quien ha visto abolida la frontera entre infierno y paraíso. En medio de tanta belleza, es difícil imaginar un pueblo más desdichado que esta suma de etnias aisladas del mundo a las que una junta militar decidió un día llamar Myanmar: del colonialismo inglés a la ferocidad japonesa, y de una breve independencia a una dictadura militar que hoy se disimula en un plan de democratización.
La casta militar exprime los recursos cada vez con más prisa: por el río Irawadi bajan toneladas de troncos de teca que nadie se dedica a reforestar. Al noreste la junta militar arrienda o malvende las minas de cobre y la energía hidroeléctrica a los chinos (la electricidad apenas llega a las aldeas birmanas).
Los resorts turísticos están en manos de los miembros, parientes y amigos del ejército (gente obesa que celebra allí interminables bodas). No se ven apenas soldados: la población los odia y ellos viven en guetos.
Sólo los adolescentes (que no tienen memoria) visten pantalón, la vergonzosa prenda del verdugo. El traje nacional es una tela larga (para hombre o mujer, según la forma del nudo) que se llama longyi, una camisa y unas chanclas de goma.
Con este ajuar y una vivienda que es un cuartito de bambú, 59 millones de birmanos, despojados por una oligarquía que se sostiene en medio millón de soldados, mantienen por caridad a medio millón de monjes que no trabajan.
Los monjes producen más y más monasterios, pagodas y stupas que invitan a los fieles a forrar con láminas de oro. Todos los años arrastran pan de oro las lluvias del monzón.
Sin embargo, entre el espejo del cielo en ríos, lagos, junglas y arrozales, uno siente nostalgia de paraíso entre esta gente pacífica, amable y profundamente civilizada, que practica el budismo theravada, rinde culto a los espíritus de la naturaleza y confía en que la Señora Premio Nobel, Aung San Suu Kyi, al frente de la Liga Nacional para la Democracia, les lleve la libertad y la justicia.
Quiera el destino que la Óctuple Senda que practican les libre de sus males y los proteja también de nosotros.
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