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Santa Teresa es una de las cumbres de la espiritualidad y la literatura españolas, y de la Iglesia universal, como reconocieron Paulo V beatificándola, Gregorio XV canonizándola y Pablo VI proclamándola la primera mujer Doctora de la Iglesia. El convento de San José del Carmen, Las Teresas, es uno de los tesoros históricos, artísticos y espirituales de Sevilla. Hoy, mañana y pasado lo tienen abierto mañana y tarde por el jubileo circular y el triduo dedicado a su fundadora, que no llegó a conocerlo porque San Juan de la Cruz lo compró en 1586, once años después de su fundación sevillana y cuatro después de su fallecimiento.
Escribe sobre Santa Teresa el catedrático y académico Guillermo Serés, autor de La literatura espiritual en los Siglos de Oro (Laberinto, 2003): “Su estilo se caracteriza (…) por su afán de explicarse y ser comprendida; para ello, acude a metáforas tomadas de la realidad que la rodea y a un registro coloquial vivo y directo… Renuncia al modelo literario más difundido –naturalidad elegante y aliñada– para quedarse con la sencillez absoluta. (…) Esa sencillez esencial que resplandece en los anacoretas, su falta de afectación en el vestir, en el adorno, incluso esa tosquedad que desprecia todo lo que es formalismo artificioso, quiere la Santa trasponerlo al habla de sus religiosas”. Es lo que Menéndez Pidal designó como “estilo ermitaño” y lo que con tanta agudeza apreció Fray Luis de León: “Quiso el Espíritu Santo que la madre Teresa fuese un ejemplo rarísimo. Porque en la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios, y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ella se iguale”.
Por eso casa tan mal con ella toda afectación beata y cursilería amanerada que enmarañan su claridad, su sencillez esencial, su elegancia sin afeites. Por eso nunca me interesó ni tan siquiera el extraordinario Éxtasis de Santa Teresa, tan poco ermitaño, en el que Bernini puso su asombrosa maestría por encima de lo que la santa fue y representa. “De devociones absurdas, líbranos, Señor”, pidió esta mujer extraordinaria.
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