Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Nadie que tenga una pizca de sentido común y un mínimo conocimiento de la historia podría negar que la democracia es el menos malo de los regímenes políticos. No cabe olvidar, sin embargo, que el adjetivo democrático, tan utilizado en el ejercicio del poder, a veces encubre realidades que distan mucho de merecerlo. Y es que la verdadera democracia, para no terminar convirtiéndose en democracia absoluta o en autocracia disfrazada, debe respetar unos límites. Se trata, recordémoslo, de un método (la regla de la mayoría) para tomar decisiones en una comunidad que comparte valores básicos, previos e independientes a ese método. Son, pues, tales valores los que legitiman las decisiones mayoritarias.

Por ello, las sociedades auténticamente democráticas limitan de forma explícita, a través de normas constitucionales, el margen de actuación de sus Gobiernos y Parlamentos y el alcance justo del modelo mayoritario. Del análisis de las Constituciones democráticas, cabe destilar una serie de principios fundamentales, inderogables sin pervertir el sistema. Entre otros, la separación de poderes y la limitación de competencias judiciales, legislativas y ejecutivas; la libertad de expresión; la generalidad, igualdad y certidumbre de las leyes o el derecho a la propiedad y su transferencia por consenso. Un conjunto de principios que, como señala Antoni Zabalza, tiene por fin último el "proteger la libertad del individuo".

En esta hora nuestra del sanchismo, en la que se denigra el espíritu constitucional, se intenta reventar la división de poderes, se proyectan normas ad hoc para satisfacer intereses espurios, aparecen textos legales improvisados e inseguros, se acaricia el control total de los medios de comunicación y se apadrina la okupación, no es ilógico preguntarse si la España de hoy es ya encuadrable entre las democracias ortodoxas.

Destrozar los límites democráticos, utilizar una mayoría coyuntural para absolutizar el poder y, por ende, corromperlo, propugnar una democracia radical que considera que no existen barreras en la esfera de lo público, nos acerca peligrosamente a lo que alguien denominó una dictocracia, una democracia formal que enmascara conductas cuasi dictatoriales.

Sin duda todo es opinable. Pero ante la rotundidad de los hechos, para mí tengo que, cacicada a cacicada, lo que aquí está ocurriendo empieza a tener poco o nada que ver con la fórmula y la sensatez netamente democráticas.

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