La delgada línea

Las típicas etiquetas infamantes hay aguantarlas, qué remedio, pero no discutirlas mucho

Gonzalo Gragera ha escrito un artículo contra la derecha que la derecha debería leer: "¿Una derecha que quiere ser izquierda? El caso de José Manuel Soto". Critica el victimismo de unas declaraciones en las que Soto se declara perseguido por conservador. No son sólo quejíos del cantante, afirma Gragera, sino un tic creciente en la derecha sociológica. Obvia el dato de que vaya si existe un pensamiento dominante que cuelga sistemáticamente la etiqueta de apestado a quien disienta. Vox ha sacado la cabecita en Vistalegre, y hay que ver lo que se está diciendo, por poner un ejemplo de rabiosa actualidad.

Sin embargo, más allá de las justas matizaciones, la derecha haría muy bien en recetarse algunas grageas de Gragera. Las típicas etiquetas infamantes hay aguantarlas, qué remedio, pero no discutirlas apenas ni amedrentarse (como ha pasado tanto). Es regalar al rival la iniciativa del discurso público y ya, si te recreas en la suerte de la ofensa, es cruzar la delgada línea roja que separa la paciencia del victimismo. A las ideologías de izquierda les funciona el victimismo. Tanto, que es comprensible que la derecha tenga la tentación de imitarlas. Pero el victimismo nunca podrá ser el núcleo del pensamiento conservador. Si un sistema social o político crease víctimas de cualquier modo o condición, la revolución estaría justificada, porque no hay nada peor que sacrificar a los inocentes. Al que quiere defender y mejorar su nación y su sociedad le corresponde, más bien, desenmascarar los falsos victimismos ventajistas con una sonrisa, o piadosa o cáustica. O con una risotada, que es lo que está haciendo Santiago Abascal cada vez que le llaman "facha".

Concede Gragera que resulta atractivo hacerse el valiente frente a las hordas virtuales de lo políticamente correcto. Pero replica: "Las ideas no necesitan de ser valientes sino inteligentes". La derecha necesita ser bastante valiente, me temo, pero es verdad que necesita más aún ser inteligente. Y eso lo tiene fácil, si se piensa. Acaba de traducirse al español un libro de sir Roger Scruton, Cómo ser conservador, que hace un alarde de inteligencia, estilo, buen humor y mala uva. Scruton va analizando una tras otras todas las ideologías: socialismo, nacionalismo, feminismo, ecologismo…, y algo bueno de cada una salva, sí: para incorporarlo al pensamiento conservador. El resto lo critica. En vez de victimismo, bisturí.

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