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Si te dejan ganar

Sin posibilidad de fracaso, no la hay de gloria: ni en la épica, ni en el deporte ni en la academia

Ala Selectividad le quitaron el nombre de "Selectividad" por coherencia inconsciente, ya no seleccionaba. Ahora el Gobierno ha vuelto a bajar el listón. La prueba preuniversitaria lo será de "madurez" en un 75% y los conocimientos se irán al rincón del ¼, castigados. No es el único problema: hace bien la Junta pidiendo que la prueba sea (sea lo que sea) la misma para todos los jóvenes de España.

Pero lo del nivel clama al cielo. Un aforismo de Moisés G. Brea lo clava: "Si te dejan ganar, ya has perdido". Hay quienes sospechan una intencionalidad política: cuanto menos sepan los ciudadanos, más fácil mangonearlos. Yo creo más en el móvil justificativo: como el sistema no es capaz de dar una enseñanza de calidad, borra las huellas. En cualquier examen, como sabe cualquier profesor, el primer examinado es él. ¿Enseño bien o, al menos, algo? Es la pregunta que tendría que hacerse una Administración honesta, pero que se rehúye… con estos trucos contables. Además, los políticos aspiran al monopolio de la Educación, pero los padres no se dejarían si constase que es posible una educación mejor que la que les imponen.

Al final, pierden los alumnos y, como advierte Brea, además de antemano. Pierden los conocimientos que no adquirirán; pero de paso la madurez, precisamente, que adquirirían si se esforzasen en el estudio, asumiendo la posibilidad del suspenso. Hace poco, hablando del deporte, Daniel Capó lo ponía negro sobre blanco: "No hay gloria sin posibilidad de fracaso. Esta lección que nos proporciona el ciclismo es una norma universal. Los clásicos no la desconocían y así nos la enseñaron. Regresemos a Homero y al lenguaje secreto de sus epítetos. Richard Sacks, en su estudio The Traditional Phrase in Homer, nos recuerda el doble filo de la palabra pháidimos: si, por un lado, muestra con insolencia la luz gloriosa de los héroes, por otro, se asocia a la caída y al fracaso como una posibilidad amenazante y real". Sin una, no hay otra.

Hasta el extremo de que el fracaso puede llegar a ser la prueba de una gloria auténtica. «Peleas sólo por ganar heridas/ en causas justas, es decir, perdidas", glosé yo a don Quijote. Y José María Pemán suspiró, profético: "Tengo el alma tan llena de verdades que me siento vencido de antemano". Aun más verdadero resulta del revés. Véase: van dejando los planes de estudios tan ayunos de verdades que dan a los alumnos por aprobados de antemano.

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