Le dedico un libro

Más justo que una dedicatoria es que este libro lo firmásemos usted y yo al alimón

Se lo dedico a usted, sí, sí, a usted; sí, no mire para atrás pensando que debe de ser para otro. Es una antología de artículos publicados en estas páginas y se titula, como no podía ser de otra forma, El burro flautista. Cuando releía todos los artículos para escoger el puñado que merecía pasar al índice del libro, me daba cuenta de que a veces salen bien, pero a menudo (por decirlo de una manera suave) no.

Y entonces pensé en usted, que me lee todos los días o casi con la esperanza de que alguna mañana suene la flauta. Así lo dice la dedicatoria del volumen. Es una dedicatoria apologética, por supuesto, y además sincera. Lo que ya no sé es si es humilde, como tampoco el título.

Me autodenomino "burro", bien, pero también "flautista" ojo, o, mejor dicho, oído. Pero alardeo de que la flauta ha sonado alguna vez. Mario Quintana avisaba con mucho tino: "No sabe usted lo aburrido que puedo llegar a ser entre poema y poema", y tampoco se sabe si eso es humilde, reconociéndose un rollo, o vanidoso, dando por sentada la gracia de su poesía. Santa Teresa habría zanjado el problema recordando que la humildad es estar en verdad, en lo rollo y en lo radiante.

Volviendo mi burro al trigo, la dedicatoria también presume la esperanza en usted, nada menos, que es una virtud teologal; y la paciencia, que es virtud terrenal, pero llamada "santa". Quizá sea excesiva vanidad por mi parte presumírselas conmigo, pero, si no las tuviese, ¿estaría aún leyendo, eh, a estas alturas?

Merece que una dedicatoria. Más justo hubiese sido que firmásemos juntos. La literatura buena se hace a medias entre el escritor y el lector y, cuanto mejor es, más trabaja el lector. Hay más gente que prefiere los best-sellers por eso, porque son libros donde se trabaja menos, y me parece lógico. En los buenos, hay que leer entre líneas, sacar conclusiones, visualizar las imágenes, pillar las ironías, contradecir al autor…; y en los menos buenos, además, hay que suplir sus carencias, repararle las erratas, enmendarle algún argumento y metabolizar las metáforas. Yo espero que mi libro haga trabajar a los lectores como burros (flautistas); pero no a usted, por favor. Ésta no es una columna publicitaria. Usted ya ha leído todas las que recojo en ese volumen y, además, muchísimas otras en las que la flauta, ay, no sonó ni de casualidad. No vengo a venderle un libro encima; sino a darle, de corazón, las gracias.

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