Cientos de gaditanos se conforman con versiones alteradas de los hechos que podrían verificar con facilidad, pero no lo hacen. Es más fácil guiarse por la imaginación sobre la base de una imagen original que hemos grabado a fuego en nuestras cabezas, que contrastar la realidad, y máxime cuando es casi imposible. Con la pastoral de choque que ha presidido el obispo de Cádiz desde que llegó con el mandato de poner orden en una diócesis tan sui generis, ha ocurrido algo parecido. Y bien es cierto que Rafael Zornoza no ha movido un dedo para que varíe esta circunstancia porque va con su carácter. Antes al contrario, siempre deja volar la imaginación del personal sin responder y casi sin preocuparse del qué dirán, desde su inescrutable pedestal. Para ordenar las cuentas de una de las mayores empresas de la provincia, utilizó al ecónomo diocesano Antonio Diufaín como su gran espada, en lo que fue toda una declaración de intenciones. Hasta su llegada, el clero gaditano caminaba de la mano del pastor Antonio Ceballos, cuyo exceso de confianza sólo era comparable a su generosidad y a la falta de mano izquierda del primero. Por ello, cuando Diufaín empezó su cometido, toda la diócesis se hizo la misma pregunta: ¿A quién ha pedido consejo el obispo?

Pero Zornoza siempre llevó en secreto sus intenciones, a sabiendas de que su gobernanza 'rouquiana', con mano de hierro, chocaría de plano con un clero al que Ceballos, más entregado al espíritu que a los números, concedió plena libertad de movimientos. Desde el primer día, a la contestación interna de una parte de un clero que se sintió ninguneado se le sumaron conflictos sonados como el de la gestión de Cáritas o el caso del párroco de Vejer, investigado por la Guardia Civil. Y cuanto más gente se preguntaba por el real propósito del Obispado, menos explicaciones se daban, como si Zornoza estuviera movido por el firme deseo de no dejarse alejar por nadie de su objetivo, partiendo de la idea de que nadie, salvo él, podría mantener la casa en pie, por muchos albañiles que tuviera a su alrededor.

A medida que ha conseguido organizar los ingresos y los gastos, el runrún sobre su inminente salida ha crecido desde la fantasía de sus detractores. Pero aquí sigue. Y para concluir su misión, acaba de anunciar unos cambios revolucionarios, pero paradójicamente para enviar un mensaje de paz a toda la diócesis, con un nuevo núcleo duro mucho más amable, que no pondrá en riesgo una gestión al fin mucho más técnica y necesaria, dado el enorme presupuesto que se maneja. A Diufaín lo ha relevado Carmen Lobato, una letrada con perfil mucho más político y gran experiencia en la gestión. Y como su nueva mano derecha, como vicario general, ha elegido al párroco Óscar González Esparragosa, cuya sabiduría en la gestión es tan grande como su corazón. Los más críticos aseguran que el obispo ha sido forzado por una presión que es cierto que ha existido. Pero Zornoza no ha actuado por decreto. Más bien ha seguido las recomendaciones de los afines que no paraban de preguntarle ¿qué pasa en Cádiz, Rafa? ¿Y no te parece...? Roma prefiere dirigir la iglesia con mano suave y avisos sutiles antes que desde el griterío. Y como la situación ya tocaba fondo por un ambiente casi irrespirable, Zornoza ha apelado a la concordia borrando de la ecuación al hombre de la discordia. De esta suerte, los dados están echados y Zornoza jugará su partida más tranquila.

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