Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Encuentros en la academia

José Luis Alonso De Santos

La cultura de la queja

M e gusta quejarme. Me encanta, me desahoga, me hace sentirme como pez en el agua. Permite que los demás vean lo bueno que soy yo y lo malos que son ellos. Y la gran equivocación del mundo al no haberme puesto a mí al frente de todo, ya que lo hubiera hecho, desde luego, mucho mejor que el grupo de imbéciles que manda y organiza este mundo de locos.

Soy de esas personas que si hubiera un libro de reclamaciones general de la vida estaría todo el día en la cola. Y me quejaría sin parar, sí señor, me quejaría hasta de la cola que habría para el libro de reclamaciones que, sin duda, sería larguísima pues a todo el mundo le gusta quejarse, como a mí, y con razón. Como no hay libro ni un lugar con alguien como dios manda para quejarse, me quejo en todas partes y a todas horas, para que vean que por lo menos no me callo, que ya está bien.

Y es que no hay por dónde empezar, lo mires por donde lo mires. Desde pequeños en el colegio, que ya te martirizan los compañeros y los inútiles de los profesores, para que te vayas acostumbrando, hasta el atajo de negreros que te encuentras después en cada lugar de trabajo que vas a ganarte el pan. Eso, si tienes trabajo, que esa es otra. ¿Y por qué todo el mundo te trata mal, y cuando te mira adivinas que está pensando: menudo cretino? Y vas a comprar algo a un sitio y te engañan, y cada uno va a lo suyo y a los demás que les parta un rayo.

Así que me quejo. Me quejo de mi mujer, que es la que tengo más cerca por eso es de la que más me quejo, de mis hijos, que no me hacen caso, y de mis amigos, que para esos amigos mejor no tener nada. Del ayuntamiento, de las obras que hay en mi calle, de la justicia, de la falta de educación, de lo mala que es la televisión que veo sin parar, de los periodistas, de los enchufes que tienen los demás, de los impuestos, de la corrupción, de la globalización, de la contaminación, del calentamiento climático, del mercado mundial, de los bancos, de los árbitros cuando pitan algo contra mi equipo, de la falta de valores que tienen todos menos yo, del egoísmo y la maldad planetaria, del frío que hace en invierno y del calorazo en verano, de que solo llueve cuando yo acabo de limpiar mi coche, de las multas, de los inútiles de mis jefes, de lo lleno que va el metro, de que la gente no me entiende y las mujeres menos, de que no me toca la lotería ni echando, de que las cosas ya no son como antes, y de que, encima, a veces me duelen cosas o me tienen que operar de algo, que tiene bemoles. Del tráfico, de que la fruta no sabe a nada, de que los políticos son unos alienígenas perversos que nos martirizan, de los curas, que ya está bien, del gobierno, que no sé de dónde han sacado a esa panda de inútiles, que ponen a unos monos del zoo y lo hacen mejor, de que haya reyes como cuando los Reyes Católicos, con lo que cuestan y no sirven para nada, y de que no duermo bien, me quejo.

De la próstata no quiero ni hablar, y al vecino de al lado le tengo una manía que hay días que sueño que le da un infarto o le pilla un camión. Ah, y me quejo -y de esto, como de lo demás, he mandado muchas cartas a los periódicos que casi nunca me publican- de que encima nuestro pobres jóvenes se tengan que ir al extranjero, con lo lejos que está.

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