desde saturno

Jorge Bezares /

Las crisis tras la crisis

España lleva dos años largos viviendo la crisis económica más severa desde la restauración democrática. Los casi 5 millones de parados dan fe de ello. A partir de ahí, podemos echarle la culpa a Rodríguez Zapatero; a un PP que ha practicado el 'cuanto peor, mejor'; a unos ayuntamientos que no pagan a sus acreedores; a la crisis del sistema financiero mundial; a la 'burbuja' inmobiliaria y a una economía española con los pies de ladrillo; a un modelo de crecimiento que no prima ni la productividad ni la competitividad; a la falta de una única política económica en la eurozona; a los bancos y a las cajas por la poca fluidez de los créditos; a los mercados y a los especuladores; a un sistema educativo que sólo produce parados; a una sanidad insostenible; a una administración mastodóntica; al alto endeudamiento de familias y empresas, y al vecino del 5º que no ha pagado en su vida ni una factura con IVA. Sin embargo, esta crisis nuestra de todos los días está impidiendo que podamos apreciar las otras crisis que padece nuestro sistema democrático. Más allá de sus inconcreciones y sus errores, el movimiento del 15-M ha tenido la virtud de airearlas en la plaza pública. Es verdad que en la larga lista de quejas están los políticos, con la corrupción metida hasta el tuétano en las listas electorales y con una mediocridad que ha llevado a nuestro sistema a una partitocracia donde el líder manda y los demás callan, donde el mérito y la competencia quedan anulados por el seguidismo, donde no quedan rastros de idealismo. Pero no son los únicos que están en crisis. Los jueces gozan de poco crédito por un sistema atascado, politizado y marcado por errores como el 'caso Mari Luz' y causas como las de Baltasar Garzón. Según la encuesta de CIS de febrero de 2011, un 78% de los españoles considera que el sistema funciona mal o regular. Y qué decir de los medios de comunicación. Inmersos en una reconversión bestial tras la irrupción de Internet, este pilar básico en la Transición democrática se ha visto empujado a un periodismo de trincheras, temeroso de la verdad, que lejos de ser un contrapeso para el resto de los poderes -incluido el económico-, se ha convertido en un convidado de piedra. Y la mayoría de la sociedad, con Belén Esteban como referente espiritual. Así podríamos seguir hasta encontrarnos ante la imperiosa necesidad de darle un par de vueltas a una democracia que, como no corrija sus graves problemas estructurales, corre el riesgo de ponerse a merced de un populista que nos dé gato por liebre.

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