La tribuna

Isidoro Moreno

La crisis y los inmigrantes

El pasado 18 de diciembre se celebró el Día Internacional del Migrante, que conmemora la aprobación por la Asamblea General de Naciones Unidas de la Convención para la Protección de los Derechos de los Trabajadores Migrantes y de sus Familiares. En Andalucía, organismos de la Junta y diversas asociaciones lo celebraron como casi siempre, con "fiestas interculturales" consistentes en las consabidas exhibiciones musicales y comidas típicas. Pero casi nadie denunció la vergonzosa paradoja de que el Estado Español, al igual que la mayoría de los de la Unión Europea, no ha ratificado dicho Convenio.

Existe en el ámbito del Norte -al cual pertenecemos aunque seamos su periferia- la visión generalizada de que los inmigrantes poseen una única dimensión: la de ser trabajadores que se necesitan en mayor o menor medida, o no se necesitan, dependiendo de cuál sea la situación del mercado de trabajo. Se los considera exclusivamente como un factor más de la producción, al mismo nivel que los fertilizantes, el cemento o las semillas, que hay que importar si la producción nacional es insuficiente para responder a las demandas del mercado (de los empresarios). Por esto, tras un periodo en que eran precisos millones de ellos para cubrir los empleos vacíos por su baja remuneración o sus condiciones laborales, ahora, cuando la profunda crisis está haciendo descender espectacularmente el número de puestos de trabajo, "ya no los necesitamos" y se intenta bajar a cero el número de los que lleguen y empujar a muchos de los que están a que se marchen. A estos objetivos responden la aprobación por el Parlamento Europeo de la Directiva de Retorno (la conocida como Directiva de la Vergüenza), el reciente Pacto Europeo sobre Inmigración y Asilo, las restricciones al reagrupamiento familiar, las medidas para alentar al regreso a sus países de origen de quienes se quedan sin trabajo, y otros recortes de derechos que, en el caso español, van a culminar con modificaciones de las actuales leyes de Extranjería y Asilo haciéndolas aún más restrictivas.

¿Qué ocurriría, con todo, si las bolivianas, ecuatorianas, colombianas o filipinas que cuidan de tantos mayores dependientes optaran por marcharse? ¿Y con muchos trabajos agrícolas o en la hostelería que, a pesar de la crisis, continúan siendo desempeñados por inmigrantes? Supongo que escucharíamos frases como la de "ya es suficiente con los que hay y no caben más" u otras parecidas, que ya hemos oído no sólo en boca de gente de ultraderecha o de políticos del PP, sino también del ministro socialista (?) Corbacho e incluso de líderes de los sindicatos mayoritarios. Frases -y medidas legales- que insisten en la visión de los inmigrantes como meras mercancías entre otras mercancías y no como personas. El dramático espectáculo de miles de ellos vagando durante semanas por los pueblos de Jaén y de Córdoba sin encontrar trabajo ni techo donde cobijarse, o en los asentamientos de Lepe, o cerca de los naranjales del valle del Guadalquivir, no constituye sólo una emergencia humanitaria -a la que las instancias oficiales apenas dan otra solución que facilitar billetes de autobús para que se marchen a otra parte- sino un reflejo del éxito de las actuales políticas de inmigración: "Así el año próximo vendrán menos" ...hasta que volvamos a necesitar a muchos.

Dos son los factores principales que dificultan la exigencia por parte de la sociedad civil del necesario replanteamiento de las actuales políticas migratorias. El primero, es que seguimos teniendo, mayoritariamente, una consideración puramente utilitarista y cosificada de los inmigrantes, que no tiene en cuenta que, "aunque pidiéramos sólo trabajadores, nos vinieron personas", por tanto sujetos de todos los derechos que poseemos todos los seres humanos, sea cual sea nuestra situación administrativa. El segundo, es que no somos conscientes de que los inmigrantes, en su gran mayoría, no se desplazan, a veces jugándose la vida, sólo atraídos por los niveles salariales de los países desarrollados del Norte, sino expulsados de sus propios países por la invasión de capitales, mercancías y propaganda ideológica procedentes de nosotros. Ha sido el capitalismo de los países centrales el que ha esquilmado y empobrecido a los países del Sur; el que ha destruido su tejido económico y social, y desestructurado sus culturas, produciendo, como efecto boomerang, el actual éxodo migratorio. Por este motivo, no es decente pensar que se trata de un fenómeno cuyas causas son ajenas a nosotros.

Para transformar los dos factores citados y luchar contra las realidades desigualitarias e injustas que producen se hace preciso desvelar las verdaderas razones del actual fenómeno migratorio, señalar quiénes se benefician económicamente de éste y denunciar a los que dan cobertura política a la violación de derechos humanos que conlleva. De lo contrario, transmitiremos a las futuras generaciones un mundo de barbarie.

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