Las dos orillas

josé Joaquín / león

La crisis de la diplomacia

LOS buenos diplomáticos, como los buenos espías y los buenos árbitros, son los que pasan desapercibidos. Hay actividades que requieren discreción. Un buen diplomático no le anuncia la táctica al rival, como hace el ministro Margallo; no puede decir "tenemos un plan secreto para Gibraltar que se van a enterar". Igual que un buen espía no puede ser tan famoso como Snowden, excepto que busque un futuro de cine como James Bond; ni tampoco conviene que un espía revele sus movimientos con fotos en Facebook, del tipo "Yo en el aeropuerto de Moscú". Sobre los árbitros, se sabe que son humanos y se equivocan.

En verano, cuando el calor aprieta, cuando Rajoy ya se ha explicado a su manera, raro es que no haya algún conflicto diplomático. Un año se les ocurrió tomar el islote Perejil a las bravas. Entonces decían que Aznar se llevaba mal con nuestro vecino marroquí, y de ahí la exhibición de poderío militar. Ahora nos llevamos bien. El Rey de España fue a ver a Mohamed VI, que en un ataque de cariño por lo nuestro, empezó a soltar presos indultados, casi medio centenar. Alguien, por casualidad, le coló un pederasta en la lista, y como si nada. Después de la oportuna revuelta, y de varios palos de la Policía marroquí a sus conciudadanos, lo han enmendado.

Con buenos diplomáticos no hubiera pasado. Ni tampoco lo de Gibraltar, que es el enemigo del verano 2013. La crisis ha llegado a la diplomacia. Como no hay dinero y no destinan nuevos diplomáticos a las embajadas, que es su sitio, andan por los pasillos del Ministerio y se enredan. Antes se suponía que un diplomático vivía como un rey, en un palacio, dando recepciones con glamour. También podía ser un retiro dorado. Londres siempre tuvo fama. Pero a veces se olvida que la diplomacia sirve para no hacer el ridículo en el extranjero.

Ahora se comenta, como una gran modernidad, que hay un lobby gay en el Ministerio de Exteriores. Y lo dicen como si en el Palacio de Santa Cruz tuvieran los armarios llenos, para que salieran de uno en uno. De momento, lo que nuestro ministro Margallo ha sacado de algún armario es el disfraz Años 40 en Gibraltar, para que se enteren los yanitos (con y, que queda más hortera aún). Dedicados desde siempre al estraperlo, por eso se le revisan los coches en la frontera, al menos mientras sigan hostigando y trampeando. Después llegará el otoño y ya no habrá colas. Nuestra diplomacia es demasiado previsible.

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