Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

La comadre de Bath contaba en Los Cuentos de Canterbury que "las hadas que antaño danzaban detrás de cada matorral" habían huido en bandada por culpa de los sacerdotes: esas criaturas igualmente depredadoras que "deambulaban por los caminos reales en busca de mujeres a las que seducir y hombres a los que engañar". Si tuviera que hacer un esfuerzo por creer en algo, sin duda creería en las hadas. Y no porque sea una moñas sin remedio -que lo soy-, sino porque las hadas, lo feérico, es el corpus que más se adapta a la concepción que el mundo se empeña en darme de sí mismo. Una realidad gobernada por seres caprichosos, vanos, ilógicos y de poderes sobrenaturales. Entiéndase el hada como un ser más allá de los géneros y de naturaleza nada frágil, en la línea de los elfos nórdicos, en quienes cree la mitad de la población islandesa: ¿en qué creer, si no, en esa isla llena de imposibles geográficos? De hecho, ¿en qué creer, si no?

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