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Columna de humo

José Manuel / Benítez Ariza

El coñac y las rubias

DESDE que empezó la campaña electoral una cuestión me preocupa: ¿será mi independencia puesta en cuestión por el hecho de que me guste más la rubia Scarlett Johansson que la morena Penélope Cruz, o porque me guste más el proletario y castizo coñac que el whisky capitalista y cosmopolita? Porque, de hacer caso a cierta encuesta que anda por ahí, ser partidario de las rubias lo hace a uno de derechas, mientras que preferir el coñac al whisky automáticamente lo encasilla a uno en las filas de la izquierda.

Lo que precede no sería más que una broma, en fin, si no fuera porque, en los últimos tiempos, tiene uno la sensación de que hay una cierta presión ambiental para que creamos que la adscripción política es inmutable, y no algo que depende de la coyuntura y puede cambiar en función de determinados factores. Es una creencia que parecen fomentar los mismos partidos políticos, más interesados en conservar una clientela cautiva que en ganar adhesiones en un debate abierto. No les faltan aliados intelectuales. Un tal David Amodio, de la Universidad de Nueva York, dice que ser de derechas o de izquierdas depende de nuestra configuración neuronal, que puede predisponernos a aceptar los cambios sociales (es decir, a ser de izquierdas) o a rehuir esos cambios (lo que nos sitúa, al parecer, en el ámbito de la derecha). Pero no hace falta pensar mucho para llegar a la conclusión de que estos estudios se basan en preconcepciones bastante discutibles sobre lo que es ser "de derechas" o "de izquierdas". En un país sometido a los rigores del capitalismo descontrolado y sin límites, el partidario de los cambios sociales bien puede apostar por políticas "de izquierda", que alivien un poco la situación de los más desfavorecidos. Por el contrario, en un país sujeto a excesivos controles sociales y económicos, apostar por el cambio implica apoyar opciones políticas que den más juego al mercado y limiten el intervencionismo estatal; es decir, lo que habitualmente se entiende por políticas "de derechas". Quizá lo que depende de la "configuración neuronal" es que podamos ser más o menos timoratos o conformistas. Pero ésos los hay a ambos lados del espectro político. Como también en ambos hay oportunistas y vividores.

Porque lo único cierto es que, si estuviera decidido de antemano quiénes son de derechas y quiénes de izquierda, no haría falta organizar elecciones: bastaría con llevar la cuenta de unos y otros. Lo decisivo en democracia es que cada pocos años podamos cambiar de opinión: que lo que nos gustaba ayer hoy pueda haber dejado de gustarnos, o viceversa, y que podamos apoyar sin complejos nuestra nueva opción sin tener la sensación de haber traicionado a nadie. Ni siquiera a nosotros mismos. Y sin tener que renunciar, en fin, ni al coñac ni a las rubias, por mor de la inclinación política.

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