No digo yo que no haya ocurrido nunca antes, pero en los últimos tiempos lo habrán notado ustedes tanto como yo: ese olor, bastante nauseabundo y reconocible que sale de los periódicos, las radios y las televisiones, y no precisamente por mala práctica de sus profesionales, sino por la materia con la que trabajamos. Lo peor de la política, la demostración de que no es el poder lo que corrompe sino el dinero. Desde Madrid a Cataluña pasando por Murcia, Valencia y Andalucía, este olor a letrina no logra ocultar que es el dinero su causa. Provoca miedo ponerse a hacer el cálculo de cuánto de lo que nos recortaron en aras de una crisis, de la que incluso nos atribuyeron la culpabilidad, ha ido a parar a manos de esos personajes que gritan y lloran en público, mientras se espían, se intercambian mensajes o se reúnen en privado para tratar de lo suyo. Es decir de lo que antes era nuestro.

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