La chupa del doctor Simón

Si no fuera por los miles de fallecidos y el desastre económico que tenemos, hasta podría tener cierta gracia

He leído la amable entrevista, por llamarla de alguna forma, que en un conocido y poco leído dominical (qué lejanos aquellos tiempos de cuando traían los pósters de los equipos que decoraban las habitaciones de los más pequeños de la casa, mientras hoy apenas sirven para paliar las lecturas apresuradas de las salas de espera de los dentistas) ha hecho al epidemiólogo jefe Fernando Simón, con su atrevida y diríase que hasta provocadora foto de portada, en la que aparece el personaje sonriente con una chupa de cuero sobre una moto de gran cilindrada.

A mí con el doctor Simón me pasa un poco lo mismo que con el ministro de Sanidad, que los dos, pese a sus dudas, verdades a medias y mentiras enteras, me caen sin embargo bien, quizá porque no se puede poner mejor cara, tener más aguante, mostrar más educación (en el caso del ministro Illa, es para enviarlo a dar lecciones de buenos modales, que a muchos buena falta le hacen…), aguantar la pelea en plena primera línea del combate para mayor gloria de los verdaderos responsables, bien resguardados en la retaguardia.

Son ellos dos los que desde el principio vienen jugando el papel más débil y más expuesto en la triste historia del Covid-19. Ellos representan mejor que nadie la imprevisión y la falsa calma previa a la tormenta primera, y el resignado y tramposo conteo de los infectados y fallecidos después. Por eso mismo, en este escenario polarizado de nuestra política, al mismo tiempo que la imagen de Simón era vilipendiada y objeto de chanza por los tuiteros más derechones, desde la otra orilla se le encumbraba hasta el extremo de convertirlo un icono de la nueva progresía pop, esa misma que combate sin pudor ninguno en la batalla de las redes sociales a golpe de camisetas roqueras con la imagen del excéntrico doctor sacando la lengua.

Si no fuera por la desgracia de los miles de fallecidos y el desastre económico que tenemos encima, hasta podría tener cierta gracia esa pose como de científico loco que se nos mostraba desenfadada en la portada del dominical, pero de ahí a convertir a personas que ocupan cargos de responsabilidad en poco menos que héroes contemporáneos hay una enorme diferencia. La que va desde la genuina humildad del científico desaliñado a esta nueva vanidad de celebridad impostada, de la defensa razonable contra la crítica desaforada a la simple y llana tomadura de pelo.

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