El apagón informativo decretado por la Junta para encubrir los efectos de la pandemia no es comparable ni al empeño del Gobierno en ocultar a los muertos. Tanto celo por disimular la verdad nos recuerda a la oscura época de la Bernarda Alba más rancia de Lorca. Aquella a la que, por delante de la felicidad de su propia gente, le obsesionaba guardar las apariencias. Nuestros gobernantes también están dominados por el qué dirán. Y si para controlar hasta el último plano y filtrar el dato más insignificante no hay más remedio que contratar a un ejército de asesores y cobistas, no les temblará el pulso. Lástima que sea tan inútil este esfuerzo por ofrecer una imagen triunfal de la gestión ante un virus tan letal e imprevisible, en lugar de exhibir más humildad y hablarle a las claras a los gaditanos. Es cierto que la clase dirigente no goza de gran predicamento, pero si dejara a los profesionales independientes contarnos cómo evoluciona la enfermedad, la mayoría sería más consciente del peligro. De nada sirve bombardear a la sociedad con imágenes estupendas donde ni se atisba la cruda realidad. No se trata de entrar en pánico, pero tampoco se puede informar únicamente de lo banal y cotidiano: el número de test, la medicalización de una residencia, la nueva sala de espera, pero ni una palabra sobre lo que se cuece de verdad.

Hoy no es que sea difícil entrevistar a los responsables de los hospitales, es que Salud ni responde. La información escasea tanto como la carne en la guerra. Y cuando llega, no pocas veces lo hace en mal estado. Tú preguntas por el traslado de pacientes y contestan con los cribados. Como cuando tu madre te soltaba: '¿A qué hora llegaste anoche?' Y tú respondías: "Mañana dan agua". A veces parece que a los comunicadores los fichan en la oficina del Catastro, pero sólo cumplen órdenes. Se han sellado los labios de la mismísima delegada territorial, máxima autoridad en Salud desde Trebujena a Sotogrande. Sus apariciones son tan contadas y calculadas, que cuando habla da miedo. Ni siquiera los sanitarios sabrían ponerle cara. Y no será porque Isabel Paredes no sepa explicarse o no le guste charlar. Sus evasivas más bien responden a la ley del silencio impuesta por la Junta entre sus delegados y, lo que es imperdonable, los sanitarios.

Ignoramos en qué escalafón de la Administración se adoptó la estrategia de desinformación, pero está muy extendida. En la primera ola, los sanitarios que denunciaron la falta de protección en las redes, mientras arriesgaban su vida y la de los suyos, fueron amenazados por una censura sin precedentes. Aún así, algunos se quitan la mordaza y se erigen en portavoces espontáneos para contar lo que ven a su alrededor, aunque no dispongan del pulso necesario ni de la información para un diagnóstico certero. Hasta los alcaldes se quejan a la delegada de la Junta en Cádiz, Ana Mestre, de la ocultación de datos, como si se pudiera salir de ésta sin ir juntos, como si fuesen el enemigo. En otras provincias sí se le concede protagonismo a los facultativos de mayor responsabilidad para que inviten (desde su experiencia) a todos a cuidarse. Ellos no bajan la guardia y nuestros políticos no pueden decir lo mismo: un día te invitan a salvar la Navidad y otro a quedarte en casa, igual te impiden enterrar a tu madre si estás contagiado, que te dejan ir a votar siendo positivo. De locos. La información no sólo es fundamental en este tiempo de incertidumbre, es la mejor medicina para abrir los ojos de los más escépticos. Nadie olvide que, por más cerrojos que usó Bernarda para enterrar la verdad, todo el pueblo supo lo que pasó en su casa.

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