Poco después de que a Aznar ya no le hiciera falta hablar catalán en la intimidad, empezaron a llegar a mi correo electrónico múltiples mensajes, de esos que ahora se llaman virales en las redes sociales porque se multiplican cual plaga bíblica, pidiendo el boicot a los productos catalanes y, de paso, echando leña al fuego de una discordia que surgía cuando los votos de los diputados de la entonces casta y ejemplar Convergencia no eran necesarios para conformar gobierno en Madrid. Aquellos insistentes correos pararon, imagino que por respeto, cuando respondí a algunos diciendo que mi padre había nacido en Barcelona. No sé si hubo mensajes recíprocos, lanzados desde el otro lado. Imagino que sí. Y tampoco sé si a aquella inquina tan organizada se debe en parte este conflicto en el que nuestros políticos, los de ambos lados, nos han metido olvidando algo tan básico como el sentido común.
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