El caso Illa

Illa concurrirá a las elecciones catalanas, pero manda un mensaje a todos los españoles

Lo espeluznante del caso Illa no es, en sí, su nefasta gestión de la crisis. Que lo ha sido: su ministerio no supo advertir del peligro ni prevenirlo; sus compras de material han sido ruinosas en todos los sentidos; la seguridad del personal sanitario ha sido ínfima; la coordinación entre comunidades, inexistente; la empatía con las víctimas ha dejado mucho que desear y hasta la política de comunicación ha resultado torpe.

Lo espeluznante en sí es que sea ahora el mejor candidato para las elecciones catalanas. Y no me refiero a que se vaya del Ministerio de Sanidad en plena crisis, porque no me parece grave. Es incluso esperanzador. Lo grave es que su condición de mejor opción del PSC testada por lo visto demoscópicamente nos indica dos cosas. 1) El nivel del PSC. 2) El fracaso de la democracia como sistema para la depuración de responsabilidades políticas y de exigencia de excelencia en la gestión.

No juzgo ahora a la persona Illa, entiéndaseme. Puede haber actuado con las mejores intenciones. Pero los índices internacionales comparados demuestran que su ejercicio ha sido un desastre sin paliativos. Es muy probable que no sea objeto de un proceso penal ni se le exijan responsabilidades civiles; pero en una práctica política sana hay otras responsabilidades que han de exigir los electores y que tienen que ver con el correcto manejo de la cosa pública.

Si todas las encuestas dicen que Illa es el socialista catalán mejor valorado por sus votantes, nuestro sistema tiene un problema.

Lo que no quiere decir que no tenga una explicación o dos. La más triste es que vivimos en una sociedad tan mediática que, con una persona salga mucho en la tele, no importa si haciéndolo todo fatal, ya goza de una ventaja entre los votantes. Con eso, me temo que hay que contar. La segunda explicación no es menos grave. Resulta muy probable que entre los que no son votantes de Illa sí se haga un juicio crítico de la ejecutoria del personaje. Pero no entre sus votantes. Y esto sirve para señalar otro problema: junto a la crítica extrema a los políticos de signo contrario, hay una llamativa falta de exigencia a los críticos de nuestro partido o afines. Eso crea una sociedad de compartimentos estancos, donde no se mueven los votos, pero tampoco el pensamiento. No digo que esto no pase en todos los partidos políticos, pero el caso Illa nos lo muestra con una transparencia tal que abochorna.

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