Con este título quiero recordar a esos hombres que durante toda su vida productiva se dedicaron a cargar sacos y todo tipo de elementos pesados al servicio de otros.

Hasta los años 70 se ensacaban prácticamente todos los alimentos: las patatas, el trigo, el arroz, los garbanzos, etcétera. Los envases, sacos, que se utilizaban eran sobre todo de arpilleras de fibras naturales de estopa o yute. Se llenaban y luego se zurcían por la parte superior de una forma muy especial consistente en hacerle al saco en los laterales unas "orejas" para así facilitar su manipulación.

En las tiendas de "ultramarinos" (tiendas de alimentación) estos sacos de arpillera una vez utilizados se vendían como aljofifas que se usaban para fregar los suelos (de un saco se sacaban cuatro aljofifas).

Los sacos solían pesar cerca de los cien kilogramos. En 1935 se prohibió ensacar con más de ochenta kilogramos por unidad.

Apellidos como los Mota o apodos como "el pelos" o "el peluza" le dieron personalidad a esta profesión.

Tenían su "oficina", el paradero, en alguna tienda en los accesos al pueblo, así se controlaban los carros (luego camiones) que iban entrando con carga en la ciudad. En la Banda solían estar en la "escalereta" en la tienda de "Joselito del toro" o en el "Bar Cartagena" en la carretera de Medina; y en el Lugar en la Plaza Mayor en la tienda del "rubio cortijo". En esos lugares se los buscaba y allí se contrataba el trabajo y se ponía precio a la carga o descarga.

Los cargadores movían los sacos de harina y trigo en los molinos y panaderías y distribuían por las tiendas de comestibles todos los alimentos con los camiones de aprovisionamiento. Yo siempre los recuerdo moviendo, cargando y descargando sacos en los almacenes del Servicio Nacional del Trigo en la calle Jesús Nazareno.

Las cosechas (garbanzos, maíz, alubias, etcétera) se guardaban normalmente en los soberaos de las casas y estos hombres-cargadores tenían que subir por escaleras angostas más de cincuenta escalones con ochenta kilos en sus espaldas

Cuando llegaba la Semana Santa ellos eran los que cargaban todos los pasos con las imágenes, por supuesto que a sueldo, pero se consideraba también un derecho y una obligación que los que cargaban durante todo el año también lo hicieran durante la Semana Santa.

La máquina y la liberación de los mercados van facilitando el trabajo del hombre y el oficio de cargador durante los años setenta empieza a no tener sentido.

Durante la Semana Santa de 1980 ya no había suficientes cargadores en Chiclana para portar los pasos y se recurría a cargadores de fuera de la localidad a los que no le decía absolutamente nada ni la ciudad ni las imágenes. Esa fue la razón por la que se produjo el desagradable espectáculo que le sucedió a la cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia, pues por diferencias en la contratación los cargadores dejaron a los pasos en la calle antes de regresar a su templo. En un acto espontáneo fueron jóvenes voluntarios los que introdujeron las imágenes en el templo, dando inicio al gran movimiento costalero que existe en la ciudad.

A partir de ese momento deja de ser habitual el oficio de cargador en la Semana Santa. No obstante me parece oportuno recordar que fueron muchos los que ejercieron a lo largo del tiempo una de las profesiones mas duras, llevando a cabo un oficio que les originaba grandes lesiones musculares que reducían sus capacidades a edades muy tempranas y todo ello para suministrar alimentos a los demás.

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