TRIBUNA LIBRE

Fray Pascual Saturio Medina / O.P.

Una canonización profética

EL 6 de mayo de 1962 el Papa Juan XXIII proclamó santo al beato Martín de Porres, hermano cooperador de la Orden Dominicana, hijo del Perú y uno de los frutos más logrados de la santidad en el continente americano, un hecho memorable del que se cumplen cincuenta años.

Efectivamente aquella canonización fue la puerta de muchas de aquellas "cosas nuevas" que como aire fresco vendrían a la Iglesia y que conviene conservar, acrecentar y desde luego celebrar como gracia, porque en Martín de Porres se ha echo posible para muchos entender que es la santidad y a todos nos ha abierto el camino de la esperanza en un mundo más de Dios por más justos y más fraterno.

Hasta su canonización parecía que la santidad se reservaba a los miembros de las familias más nobles. ¡Que empeño el de los biógrafos de algunos santos por hacernos ver a los demás que éstos eran de familias muy nobles, que casi siempre es sinónimo de privilegios económicos, en las que nos defectos eran impensables! No faltaron quienes deseosos de esta primera condición para la santidad rebuscaron los títulos y los compraron porque no resistían ser hijos de pobres y pobres ellos mismos. Martín era pobre, de madre muy pobre y vivió como un pobre y en medio de los pobres para mostrar a todos que Dios es Padre de todos los hombres, de los pobres también. Y esa es la convicción primera del Papa Juan, hijo de mineros y pobre, al proponer a este pobre como el más rico en caridad.

Que doloroso debe ser para quienes son, por cualquier razón, diferentes, oír palabras de desprecio para su situación, más aún si vienen de la misma Iglesia. A muchos de los contemporáneos de Martín les encantaba llamarlo "perro mulato" por su color y despreciarle por ser hijo de español y de peruana en una sociedad que, como pasa en la nuestra, seguía rechazando las mezclas de población y mirando a los que de ellas nacían como accidente. Martín de Porres es proclamado santo para desarmar también este sistema de prejuicios contra los que son distintos por su color, su procedencia o sus circunstancias y es hermoso ver en nuestras iglesias blancas a un negro en los altares para confundir a quienes se empeñan en mezclar a Dios con nuestras definiciones sobre las personas y nuestras valoraciones ofensivas, olvidando que no solo es Padre, sino que además se inclina justamente a todo aquel que lo necesita.

Peruano, pero además proclamado santo en un mundo que porque aún tenia muchas fronteras, demasiadas, había establecido unas líneas divisorias que proclamaban lo de las cinco razas humanas, de las que naturalmente la más perfecta es la blanca y más aún si está en Europa. Un americano del sur santo era difícil de aceptar, porque ellos son los misionados y nosotros los misioneros. El Papa lo proclamó así y así fue como abrió esta puerta de igualdad y de gracia para todos, que también el Concilio Vaticano II consagró como nota propia de la Iglesia, su catolicidad.

Por eso en este año 2012, tan significativo para nuestra ciudad de Cádiz por tantas cosas, pero sobre todo porque aquí nuestros mayores recuperaron aquellas ideas que otros habían dejado dormir o habían escondido y las proclamaron en aquella Constitución, y en el mayo de este año, al celebrar el cincuentenario de su canonización, es bueno volver los ojos a nuestro San Martín de Porres, que es el signo más preclaro de la condición de Dios como el Dios de todos los hombres y una de las señales más luminosas de esta Iglesia que debe seguir luchando por ser el recinto de la libertad y de la gracias de Dios para todos.

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