Vox ha prohibido a su gente que conceda entrevistas, que es como impedirle a un cirujano que coja las pinzas o a un futbolista que toque el balón. Hace ya tiempo que los partidos marcan tan de cerca al personal antes de exponerse, que la mayoría da la impresión de que habla en diferido. El miedo a decir lo que uno piensa y a tomar la iniciativa, cada cual en su ámbito, en realidad afecta a casi todos, porque manda lo políticamente correcto y hasta los humoristas se autocensuran. Pero un político sin personalidad, ni ideas propias, es como un jardín sin flores. Eso sí, a la vista de sus salidas de tono, hacen muy bien en Vox. Por último, a su líder en Andalucía se le ha ocurrido llamar "planchabragas del feminismo radical" al líder de IU, Antonio Maíllo. A su juicio, la nueva política consistía en esto. Y a su portavoz Belinda Rodríguez le ha dado por denunciar que Salvamento Marítimo funciona como un servicio de autobús en el Estrecho, facilitando el trabajo a las mafias. El primero se descalifica por sí solo, y de hecho los suyos respiraron de alivio cuando renunció a la portavocía de su grupo. La segunda oyó campanas, pero ignora el terreno que pisa. Si hubiese preguntado a los que saben, le habrían orientado mucho mejor.

El arte de la política requiere del dominio de la oratoria y preparación. Pero como los partidos emergentes aún no conocen a sus representantes a fondo, no se fían y les han recordado a todos que calladitos están más guapos. A fin de no pifiarla con las listas, Cs ha llegado aún más lejos y ha cortado por lo sano. No es que no deje hablar a sus candidatos a las alcaldías, es que no los presentarán hasta la hora límite, para evitar riesgos. Les sonreían tanto las encuestas, que se lo juegan todo a la marca y al tirón de sus líderes nacionales -como si los demás fuesen de cera- a la espera del empujón de la campaña. Creen que su plan funcionará porque nadie daba un duro por Podemos hace unos años y asaltaron las capitales más importantes del país, siendo unos completos desconocidos. Y lo mismo pasó en la Junta con Vox, aunque esto no quiera decir que siempre funcione la táctica del avestruz.

Los líderes de los partidos están convencidos de que la carrera electoral se decidirá por eliminación y no quieren que algún elemento incontrolado lo eche todo a perder. Basta observar el abuso de convocatorias de prensa sólo para gráficos, para evitar las preguntas incómodas. A los políticos lo que les gusta son las preguntas teledirigidas, y rara vez se someten a una charla con un periodista que les pueda destapar sus carencias. Tratan de venderse a la sociedad como artefactos por internet, sin la oportunidad de probarlos. Les chifla comunicarse a través de las redes sociales, sin intermediarios. Lo llaman democracia directa, cuando no es más que un burdo intento por manipular a la opinión pública con propaganda barata a golpe de tuits. Los dirigentes nacionales dedican todas sus energías a fabricar su realidad inventada, y en las provincias muy pocos son los que piensan por sí mismos. Ni hablar de llevarle la contraria al jefe. Así ganará quien menos se equivoque, lo que da una ligera idea de lo que confían en sí mismos. Cualquier día nos presentan un candidato virtual sin alma e infalible que lo mismo te dice una cosa que la otra, en función de los me gusta. Esta nueva política de diseño se experimenta como en un laboratorio, y el relato final se deja en manos de los asesores de comunicación. Nada se deja a la improvisación. Así no es de extrañar que muchos ciudadanos no encuentran referentes y no decidan su voto hasta el final, a la espera del milagro y de que alguien les convenza con carisma y argumentos propios, aunque se equivoque alguna vez. Quién sabe.

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