CREO que todos sabemos lo suficiente sobre el efecto benéfico de la música y no solo en el género humano, pero nos llegan más noticias de la terapia musical al enterarnos que también acelera la velocidad de los espermatozoides en su carrera por alcanzar la meta fecundante y que alegra el estado de ánimo del ser humano en su etapa embrionaria. No hay, en cuanto a la canción del verano, ningún dato sobre la competencia de las partituras y porqué una de ellas es elegida y la escuchamos más tarde por todas nuestras esquinas, silbadas, canturreadas, que a veces acaba por adherirse al sonido interior de nuestras costumbres, a la maleta de viaje, al ritmo de los pasos dentro o fuera del propio domicilio. La música de cada verano se convierte en el menú rítmico y estará en todo como la salsa verde del perejil.

Quizás, la que suele triunfar sea mediocre pero todas ellas nos harán recordar en un futuro los beneficiosos efectos que influían en nuestro ánimo. Si la canción veraniega suele nacer de los acontecimientos, ¿qué título pondríamos a esta que surge de un verdadero caos donde el tema es el de la corrupción, la estafa esté o no comprobada, la inseguridad, la alevosía, la condena injusta, el indulto indebido en el que el proceso de los juicios semejan capítulos de los últimos escritos de George Simenon, autor de novelas policíacas?

¿Cómo podríamos instalarnos con ecuanimidad y calma a enjuiciar el espectáculo que ahora nos ofrecen? Quizás fuese a través de alguna de aquellas canciones de verano que poseen dones terapéuticos y amansan hasta las fieras. En cuanto al tema de la canción, nos valdría aquella de los años cincuenta en el que una Piaf desnutrida pero de voz enorme confesaba cantando que sentía su corazón como una caja de música: "Una petite boite du musique".

Basta. Abramos la caja y escuchemos su melodía veraniega. Si no nos sirviera, bastaría con bajar la tapa, solo tendríamos que volver a cerrarla, pero yo os deseo que la dejéis abierta.