Cádiz, la ciudad antipalurda por excelencia, según Gregorio Marañón, nunca fue pueblo. No se fundó alrededor de la actividad agrícola como ocurrió con la mayoría de las ciudades andaluzas donde Jerez y Sevilla son el paradigma de lo rural elevado a la elegancia impostada por el camino de la gomina y el pañuelito en el bolsillo de la chaqueta. Cádiz se fundó sobre el mar y el comercio. De hecho hace décadas la gente con dinero veraneaba en La Laguna, donde las familias con posibles tenían un chalet. Algunos iban a pasar el día a San Severiano como experiencia campestre. Con la inauguración del Puente Carranza la burguesía gaditana se fue a Vistahermosa y a partir de los 80 la gente con menos recursos empezaron a comprarse terrenitos en Chiclana, campitos se decía entonces. Por la misma cara se construían una casita donde pasar los fines de semana mientras la familia y los amigos se dedicaban a la jardinería y la construcción hasta el punto de que la mayoría estaban locos porque llegara el lunes para volver al dique, al muelle, a CASA o a Tabacalera. Con el paso de los años la casita se convirtió en un chalet, con fosa séptica, pozo, piscina y aire acondicionado, pero la gente sigue diciendo "voy al campo" cuando se van al diseminado chiclanero, ese laberinto de casas ilegales que según Hernán Díaz alcanza la cifra de 30.000 y que ahora se quiere legalizar (veremos el efecto llamada: ¿para qué pedir permisos si con el tiempo se regulariza?).
30 años después de los campitos chiclaneros algunos se compraron un adosado en el Novo y la mayoría empezaron a irse de crucero tipo Joyas del Báltico, Maravillas del Egeo, Mediterráneo Mágico y otras experiencias borreguiles. Se instalan en medio del secarral de Chiclana y El Colorado a pasar calor en el campito donde piensan que piscina y barbacoa es el paraíso en la Tierra. Síntoma de la decadencia de la ciudad, que entre puentes, carreteras y otras infraestructuras es cada vez menos urbana y cada vez más rural, de ahí que sea más importante Supervivientes, Sálvame o Mujeres Hombres y Viceversa que tener periódicos, teatros y librerías. Si Gregorio Marañón levantara la cabeza es seguro que ya no escribiría la famosa frase porque Cádiz no es ni cosmopolita, ni portuaria. El signo de los tiempos, no hay que llorar sobre la leche derramada. Las nuevas formas de modernidad: atrapados los fines de semana en el campito previo atasco a la entrada de Chiclana, con menos papeles que una liebre pero todo el mundo feliz como una perdiz.
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