Yo te digo mi verdad

La cabeza de Iglesias

Sabiendo de su capacidad de análisis, podemos pensar que sus manifestaciones responden a una conclusión elaborada

Apablo Iglesias le pasa que en su afán de dejar siempre en el aire verdades como puños, suelta algunas veces errores monstruosos. El de su comparación de los expulsados y perseguidos por el dictador Franco con los prófugos en busca y captura del 'procés' es de tal calibre que sólo cabía la rectificación. Pero el, por otra parte, brillante y sin duda inteligente líder de Podemos soporta sobre su cabeza una terrible maldición impuesta por sus particulares dioses: la soberbia de no admitir una equivocación.

Iglesias no es el causante de todos los males de España. No tiene el poder para eso, y ni siquiera le ha dado tiempo a hacer méritos para que le atribuyamos los desastres que acumula desde hace siglos este país. Tampoco es el político más mentiroso ni el más corrupto que esta tierra ha dado: ahí tiene serios y acreditados competidores entre algunos partidos indignados por sus palabras. Y estoy convencido de que no se le ha pasado por la cabeza convertirnos en Venezuela: el nombre de ese estado americano suena mucho más en los labios de sus furibundos críticos.

Pero el líder podemita ha traicionado ahora a los suyos de pensamiento, palabra, obra e incluso de omisión al no matizar sus equivocadas palabras. Tenemos derecho a pensar que, sabiendo de su capacidad de análisis, sus manifestaciones responden a una conclusión elaborada, y eso las hace más preocupantes. También podríamos ser comprensivos y razonar que ha hablado sin pensárselo, pero eso sería peor porque demostraría una ignorancia sobre el peso y el significado de ciertos temas.

¿Es esto motivo suficiente para reclamar su dimisión como vicepresidente del Gobierno? A lo mejor sí, porque pese a su evidente y saludable derecho a tener opiniones, ideología, proyectos y soluciones propias, sus palabras muestran un armazón mental no preparado para tratar a todo el mundo por igual, una predisposición a dejarse llevar sin reflexionar por el color de un cristal que no tiene que ser el mismo por el que miran todos.

Y también porque, en contra de lo deseable y lo esperable, ha cargado en unas pocas frases contra la saludable memoria histórica de una época reciente, engordando las acusaciones de revanchismo proferidas precisamente por los revanchistas más redomados de esta España que dicen suya, los renuentes a condenar el franquismo que exilió a una mitad durante décadas y ahora gesticulan con indignación impostada por una frase.

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