LA manifestación más masiva y unánime celebrada en París desde la liberación de la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial fue un reflejo de la firme voluntad de defensa de la libertad amenazada por la hidra terrorista. Lo dijo la gente en la calle y lo confirmaron los cincuenta estadistas que encabezaron la demostración. Los manifestantes expresaron de modo inequívoco su respaldo a los parisinos golpeados por el yihadismo y su determinación de preservar a toda costa el sistema democrático imperante en Europa. Pero también eran evidentes el miedo y la incertidumbre que el terrorismo ha instalado entre nosotros y la necesidad de encontrar respuestas adecuadas al auténtico desafío a la civilización que representa el terrorismo islamista. Aesta necesidad necesitan los gobiernos occidentales replicar de modo adecuado y eficaz. Los ministros de Interior de la UE han empezado a negociar un conjunto de medidas e iniciativas destinadas a afrontar el fenómeno terrorista más brutal al que se ha enfrentado el continente europeo desde el nazismo. Se ha resucitado, a este respecto, la idea de implantar un registro de datos de viajeros, de carácter europeo, que permita recoger y compartir toda la información posible sobre los ciudadanos que lleguen a Europa desde países conflictivos en relación con el problema que nos ocupa o que salgan de Europa con destino a los mismos. Este registro fue, en su formulación anterior, rechazado por el Parlamento Europeo, por considerar que podría suponer restricciones a los derechos ciudadanos. También se impulsa el establecimiento de controles estrictos en las fronteras, lo que igualmente significaría el establecimiento de limitaciones a la libre circulación de personas establecida en los tratados de la UE y que constituyen una seña de identidad de la Unión (y un factor indudable de progreso). En ambos casos se plantea un debate trascendental, que el yihadismo ha hecho resurgir de manera cruda: el debate entre la libertad y la seguridad. Los ciudadanos exigen, claramente, que se garantice su seguridad frente al terrorismo y emplazan a los gobernantes a que adopten las medidas pertinentes para prevenir y reprimir los atentados y la propaganda de los asesinos, y los gobernantes están emplazados también a lograr que estas medidas no vayan en detrimento de la libertad de todos. Se trata de un difícil equilibrio que requiere soluciones meditadas, serenas y firmes. Y también hilar muy fino. La libertad sin seguridad es una quimera. La seguridad sin libertad sería una falsa salida: haría retroceder a la democracia y conseguiría que Europa se negara a sí misma. Como si aceptara su derrota ante el terror y la barbarie. Es un trabajo para políticos de altura.

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