Yo te digo mi verdad

Los buenos votos

Quienes tienen la obligación de actuar bien no son los votantes a la hora de depositar su papeleta sino los gobernantes elegidos

Me ha recordado Vargas Llosa con su alabanza del "votar bien" a aquel Rajoy que se jactaba de hacer las cosas "como Dios manda", ambos aparentes defensores de una única manera de ser buenos o quién sabe si adalides de una sola verdad revelada y, por lo tanto, tan seguros de lo que debe ser "votar mal" como de lo que es un 'contradiós'. Me ha asombrado la sorprendente 'lucidez' del Premio Nobel, de cuyas lecturas he disfrutado tanto por otra parte, pero a la vez me ha extrañado su confusión entre el huevo y la gallina. Dice que lo de "votar bien" es más importante que la libertad de votar, incurriendo en un grave error ya que lo primero es imposible sin lo segundo. Sí ¿no?

Haya libertad de votar y luego ya veremos a quién lo hacemos. Reivindiquemos incluso el derecho a equivocarse, puesto que una de las muchas cosas buenas que tiene la democracia es que se puede rectificar en las siguientes elecciones. Líbreme el cielo de querer polemizar con nombre tan distinguido, pero otra evidencia es que ser un gran escritor no te hace tener la razón necesariamente. Y no quiero traer ejemplos flagrantes. Me voy a permitir sólo aquí puntualizar al excelso autor de 'La fiesta del chivo' que quienes tienen la obligación de actuar bien no son los votantes a la hora de depositar su papeleta en la urna, sino los gobernantes elegidos a la hora de desempeñar su función. Es decir, para empezar, cumplir sus promesas electorales y no defraudar la confianza en ellos depositada por unos ciudadanos que, cuando emiten su sufragio, lo hacen con la conciencia de estar "votando bien".

Piénsese más en exigir la rectitud máxima a los políticos, en controlar rigurosamente todos sus pasos, en vigilar que sus acciones vayan encaminadas al bien común, en fiscalizar sus manejos de los dineros públicos, en obligarlos a pactar con sentido de Estado, en que su visión se limite a ejercer de funcionarios designados de manera temporal, antes que en estar escrutando si la gente sabe votar o no.

No vayamos a terminar afirmando, como los dirigentes de la extinta República Democrática Alemana cuando las revueltas anticomunistas de Berlín en 1953, que "el pueblo había perdido la confianza del Gobierno", ante lo que el gran Bertolt Brecht, también comunista por cierto pero con mejor criterio, ironizó doloridamente que lo que las autoridades deberían hacer era "disolver el pueblo y elegir otro".

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