Nos hemos resignado por lo general a pensar que los jóvenes no tienen futuro en la Bahía y que acabarán por buscarse la vida lejos de sus raíces. Es más, a muchos les animamos a ello con la idea de que sólo progresarán si salen al exterior. Da igual que tengamos una localización geográfica privilegiada, una industria aeronáutica pujante, ocho municipios con más de 50.000 habitantes -muchas capitales no llegan a tanto- y más campus universitarios de los que sueñan en cualquier otra latitud. Da igual que Cádiz no pueda ser más diversa. O que lidere las exportaciones andaluzas, o que su sector turístico no admita parangón. Da igual porque ni se nos pasa por la cabeza que su futuro pase por aquí, salvo que tengan un golpe de suerte. Hay una legión de titulados pero las oportunidades son limitadas. En cambio en la aldea global la oferta es infinita y tentadora. A pocos jóvenes se le ocurre pensar ya en un trabajo cerca y para toda la vida, como pensaban sus abuelos.

Tiene gracia porque a Cádiz no le falta un perejil gracias a su ubicación geográfica y a su situación logística. Si apartásemos los tópicos y dejásemos de hablar mal de nosotros, esta provincia descubriría que no tiene nada que envidiar. Y es curioso, pero se da la paradoja chovinista que nos invita a pensar que vivimos en el mejor rincón del mundo a la vez que imaginamos a nuestros hijos ganándose el jornal a muchos kilómetros. Cuesta entender que una provincia tan completa no sea capaz de exhibir más espíritu y ambición, pero así es. Y lo cierto es que negarle una oportunidad a los jóvenes más preparados de nuestra historia es de juzgado de guardia. El desafío es inmenso y ha de ser asumido por todos para cambiar la realidad. Pero por ahora, los alumnos que sacan mayor partido a sus estudios son los extranjeros. Los jóvenes gaditanos con los mismos expedientes se las ven y se las desean para hacer valer los mismos títulos y sus másteres sin emigrar. La UCA aspira a sumar cuanto antes los grados de Bellas Artes y Audiovisual. Es digno de alabar, pero el reto viene a renglón seguido: ¿dónde trabajarán los jóvenes que cursen estas nuevas titulaciones? Hemos de adaptar con más determinación la oferta a la demanda de nuestro mercado laboral. Y en paralelo, ofrecerles un lugar donde vivir más atractivo y acorde con sus aspiraciones. Hoy estamos lejos de ello.

Con los últimos datos del padrón de la capital saltaron todas las alarmas. Cádiz llegó a contar con 175.000 vecinos y ya no llega a 117.000. A la fuga de sus jóvenes se une la baja natalidad. Podemos empezar a preocuparnos o podemos seguir con la misma cara que se le quedó al preso preventivo del chiste al que visitó su abogado con los análisis de sangre que decidirían su suerte ante la Justicia. 'Tengo dos noticias, una buena y una mala', le dijo. '¿Una mala?, no entiendo, dígamela'. 'La mala es que no hay duda: la sangre le pertenece y confirma que es usted el asesino. Le condenará a 40 años de prisión'. '¿Y la buena?' 'La buena es que podrá usted comer de todo'. Cádiz también parece sentenciada. A la vista de todos los indicadores objetivos, su declive es evidente. Lo bueno es que subjetivamente podemos pensar que vivimos en el mejor rincón del mundo, ¿no?

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