Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

Una bronca deliciosa

El orgullo del artista ante su obra de arte lo puedey lo debe sentir cualquier trabajador entusiasta

El último día de agosto fui con unos amigos a cenar a 'La Fresquita de Perea', en Zahara de los Atunes. Todo presagiaba una noche deliciosa. Nos habían aconsejado vivamente su ensalada de tataki de atún y su tosta de atún picante, y allí íbamos.

No éramos los únicos a los que se lo habían aconsejado: aquello estaba a reventar. Nada más quedaba una mesa diminuta en el interior, que no hacía honor al nombre de 'fresquita', precisamente. Pero el atún bien vale una calorina.

Lo que no nos esperábamos era la bronca. Salió de golpe un señor con pinta de Perea (esto es, de dueño de la calurosa 'Fresquita') a largarnos una fresca. "¿Cómo es que nos habíamos tomado toda la rúcula de la ensalada del tataki de atún? ¿Por qué, eh? ¿Acaso no nos había gustado?". Sí, nos había gustado mucho, replicamos tímidos, temerosos. Pero que habíamos acompañado el tataki con el verde hasta que se había acabado el atún. "¡No se come así! Había que haberlo revuelto todo. Todo". La tapa era la vencedora de la ruta del atún y nosotros no la habíamos comido bien. Muy mal. Quedamos contritos y humillados.

Al minuto, salió una chica. Enfiló nuestra mesa. Y lo mismo. Le dijimos que ya su compañero nos había puesto al corriente de nuestra irresponsabilidad. No le importó: siguió. A la cocinera le había causado una enorme consternación ver llegar así esa fuente.

Como había llevado a unos amigos de fuera, sentí el compromiso del indígena ante los turistas, y empecé a excusarme: que si el calor, que si el agotamiento laboral de un verano frenético, que si la pena empresarial de que se acabase, que si la mare que parió al levante, etc. Mi amigo economista y madrileño, sin embargo, cortó por lo sano. Dio la explicación que tenía que haber visto yo, que soy el ferviente juanramoniano y el ardoroso d'orsiano.

Lo que les había ofendido (¡tanto!) era el feo a la obra maestra. No estábamos ante unos restauradores restallantes, sino ante unos artistas incomprendidos. Los abordé con ese enfoque y me dijeron, en efecto: "Lo que habéis hecho es ir a un museo y no apreciar un cuadro". Conmovido ante tal amor a la obra bien hecha y ante tamaño pundonor profesional, que buena falta nos hacen, pedimos otro tataki, que nos trajeron dubitativos, con aprensión. Ahora sí, removido según los cánones, era una delicia. Lo alabamos mucho. Nos perdonaron a medias. Pero la admirable lección nos la llevamos puesta, de postre.

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