La ciudad y los días

carlos / colón

Le brillaban los ojos a Sevilla

AYER le brillaban los ojos a Sevilla. Y parecía joven, como si tuviera toda la vida por delante en vez de toda su historia por detrás. Y parecía hermosa, como si el tiempo no la hubiera encorvado y los hombres no la hubieran destrozado. A veces un destello en los ojos devuelve a los ancianos, maltratados siempre por el tiempo y tantas veces por la vida, el brillo, la vitalidad, la curiosidad y la picardía de su lejana juventud. Entonces, por un instante, los ojos de ordinario apagados se alumbran; y la mirada, tantas veces perdida en los rostros y los paisajes de un pasado que solo ellos alcanzan a ver, encuentra algo que la devuelve al presente.

Así le brillaban los ojos ayer a Sevilla, como a una anciana súbitamente rejuvenecida que ha encontrado en el hoy algo que por un momento le hace olvidar su nostalgia del ayer. Una luz cariñosa que no tenía la espléndida y cegadora violencia de nuestro despiadado verano ni el tono oro viejo de nuestro breve y siempre tardío otoño, milagrosamente suspendida en el punto cero del fiel de la balanza entre la escandalosa risa de la luz del verano y el suspiro de la del otoño, tan delicada que no parecía propia de esta ciudad nuestra que salta del invierno al verano y de este al invierno ignorando la tibieza del otoño y la suavidad de la primavera. Una brisa que estremecía como una caricia y se agradecía como cuando, tras sudar la fiebre, el cuerpo lavado y oliendo a colonia es devuelto a una cama de sábanas frescas, tersas y limpias. Una calma que ya no era el vacío, siempre un poco doloroso, de los domingos de agosto. Un silencio ya no opresivo, de ausencia, sino dulce, de descanso.

Vieja más que antigua, profanada más que modernizada, disecada más que restaurada, exhibida sin pudor más que mostrada con delicadeza a los turistas, tratada con desdén por quienes deberían cuidarla y con indiferencia por quienes deberían amarla, maltratada hasta el punto de que se nos saltan las lágrimas al ver las fotos de su antigua hermosura rota desde los años 50 y 60 hasta hoy, ayer, sin embargo, le brillaban los ojos a Sevilla como si aún tuviera la eterna juventud y la vida de las ciudades bien amadas, la belleza de las ciudades históricas bien y vitalmente conservadas, la proporción de las ciudades que no han vendido su cuerpo a cambio de un improbable bienestar. Y por un instante creí que Sevilla volvía a ser como la recordaba.

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