EL ALAMBIQUE

Enrique / Bartolomé

La botella

SIEMPRE me pareció cateta la manera de entregar nuestra ciudad a los moteros. A toro pasado es más fácil analizar determinados acontecimientos. Vaya por delante que el que firma esta columna, antes de que el morlaco saliese por la puerta de chiqueros, había expresado su opinión.

Quisiera trasladar a los lectores una controversia. Se discute la conveniencia de que nos hagamos hospitalarios hasta extremos insospechados, con tal de que moteros de toda clase y razón acudan en masa y se apoderen durante 48 horas de nuestras calles. Desde hace unos años, por razones obvias -detesto el ruido y lo que acarrea-, oigo a los tuboescapes de lejos. O mejor dicho, no los oigo. Pongo pies en polvorosa y organizo un viaje que dura justamente el fin de semana de marras. Está claro que lo hago después de haber sufrido como portuense años insufribles de ruidos, cafrerías y todo tipo de vejaciones alentadas por nuestras autoridades municipales, más pendientes de contentar a unos pocos que de mantener habitable nuestra ciudad.

Todavía hay voces de iletrados que mantienen a través de panfletos que la falta de descanso y de civismo se justifica ante un triste enriquecimiento comercial. Y lo hacen a pesar de la razón y de la justicia, que en reiteradas ocasiones han dado la respuesta lógica ante los desmanes. Prohibieron incluso la celebración de determinados acontecimientos sobre dos ruedas que van más allá de las deseadas y necesarias visitas de los verdaderos y cívicos moteros.

El otro día un taxista se quejaba de que los badenes invadieran nuestras calles. Argumentaba que en años anteriores acabó con su coche en el taller. Y con esa excusa, manifestaba con cierta tristeza que las motos hayan preferido este año la vecina localidad de Jerez, donde al parecer los obstáculos han brillado por su ausencia. Y la ciudad -decía el buen hombre-, se había beneficiado.Cuando le pregunté si estaba entonces de acuerdo en que las motos invadieran nuestras calles y nuestro descanso, no contestó. Se limitó a decir que desde hacía unos años aprovechaba para pasar el fin de semana en Madrid. Paradojas de la vida. Y esta es la verdadera contradicción. La que cada año hace que los portuenses dividamos nuestros pareceres. Que si la botella medio llena, que si medio vacía. Lo de siempre.

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